Comienza el año con una sensación de convulsión generalizada que no logra aminorar las buenas cifras en el empleo y en los índices de recuperación económica. Las peripecias de Puigdemont y su imposible investidura merecen un minuto de sorna . Es un fugado de la Justicia jugando a convertirse en holograma de su propia irrealidad. Políticos encarcelados . Políticos imputados por gravísimos delitos contra la integridad del Estado, la Constitución y otra instituciones españolas. Políticos investigados por organización criminal para destruir las esencias del Estado español. Políticos encarcelados por corrupción , evasión de impuestos, prevaricación, desvío de fondos públicos. Salpica este escenario al PSOE donde se juzga a muy relevantes dirigentes de Andalucía, entre ellos dos ex Presidentes de la Junta, por asuntos muy turbios en el manejo de fondos públicos. También al PP, cercado por tantas tramas de corrupción; Los casos Gurtel Púnica, Bárcenas, Canal de Isabel II se agolpan en los juzgados hasta el borde mismo de los "intocables". El hasta ahora sacro santo PNV se sienta en el banquillo con 26 altos cargos para quienes la fiscalía pide más de 450 años de cárcel por indicios de corrupción en una de las Autonomías más ricas de España. Y por supuesto la "respetada" CiU , reconvertida ahora en PdCat casi extinguida y embargada su sede central como parte de las cautelas judiciales que se imputan a este partido de la burguesía catalana convertido en cueva de ladrones de altos vuelos por el Padre Fundador, el Nada Honorable Jorge Pujol y su saga familiar al completo. Tras ellos el inefable Arturo Mas, recientemente dimisionario de todos sus cargos cuando no le quedaba ubre donde seguir mamando . Y así una lista inacabable de altos cargos y beneficiarios. El caso Palau es uno más de la organizada trama que durante más de treinta años ha venido saqueando Cataluña. "España nos roba" es un patético slogan para disfrazar a los auténticos ladrones dentro de Cataluña. Los noticiarios de las televisiones abren sus primicias informativas con asesinatos, secuestros, degollamientos, mutilaciones, violaciones. Una serie de fenómenos anormales sacuden España Vientos huracanados, incendios, tornados, ciclones, heladas, sequías , desbordamientos, olas gigantescas que irrumpen en los puertos y paseos del norte de España. Desgracias que hacen sentir que la vida peligra y que la naturaleza es una fuerza asesina. Y la cuestión es que sin percatarnos vamos asimilando todo este horror como parte ineludible de la vida cotidiana mientras seguimos acudiendo precipitados a las rebajas de enero y tras haber ingerido toneladas de mazapanes, turrones y polvorones. Puede que sean signos de estos tiempos y no habrá que alarmarse en demasía. La seguridad, en su sentido más preciado ha dejado de ser el refugio de tanto bienestar y la sociedad de este siglo debe ir asimilando que nada es seguro a nuestro alrededor. Pero España presenta signos alarmantes y propios de un país desvertebrado incapaz de defender su propia esencia como Nación ni como Estado con el rigor que cabría esperar en una democracia madura y des acomplejada. Esta anomalía produce el estado de convulsión y abatimiento de los españoles. No solo la clase política sino la sociedad misma ha de enfrentarse a su destino admitiendo dosis de responsabilidad que habría de ejercer con profundo conocimiento de los problemas que le afectan, que son muchos y algunos inéditos. El eludir responsabilidades trasladándolas a los políticos de turno tiene dos efectos negativos; el primero es que no es seguro que esos problemas sean resueltos satisfactoriamente, y el segundo es que hace de los políticos una casta distinta elevándoles a un podio impropio en una democracia asentada. Ni la corrupción, ni el desdén de ciertos políticos que solo se acercan a la realidad cuando intuyen su rédito electoral podrían ser imaginables si hubiera la respuesta adecuada en las urnas, el único y verdadero test de una sociedad exigente y consciente de su presente y futuro.

Por todo ello, esta convulsión que marca los días y los meses habría de normalizarse cuando todos los demás estemos a la altura de las circunstancias . Cuando las leyes que penalizan los delitos sean verdaderamente consideradas como penas. Cuando los jueces y magistrados que interpretan y aplican las leyes se despojen de cierto complejo que nos relaciona indebidamente con otras épocas recientes y actúen con la contundencia que reclaman aberrantes delitos y que la sociedad reclama aún en su indolencia. Que las instituciones todas sean verdaderos instrumentos al servicio de los ciudadanos y se comporten como instrumentos sociales del siglo XXI. Que los principales partidos parlamentarios sean capaces de entender la grandeza de servir al Estado y al conjunto de los españoles y por ello posibiliten pactos capaces de transformar la sociedad y hacerla progresar en la sanidad, en la enseñanza, en la justicia, en las infraestructuras, en el reparto de los bienes y patrimonio común y singularmente en la indisoluble unidad e integridad del territorio que forma el Estado español que no es un capricho sino la herencia de siglos que hemos recibido con orgullo de nuestros antepasados. En fin, todo eso que en silencio pedimos y que desafortunadamente se desliza como el humo entre otras realidades que nos hieren. No, no puede ser que seamos un país eternamente convulso. Para ello, todos sin excepción debemos hacer guardia para la defensa de nuestros derechos y libertades. Para exigir con rigor que nuestros representantes sean capaces de cumplir con la única razón que les asiste en un Estado libre y democrático; el servicio incondicional a la Nación, al Estado y a todos y cada uno de los españoles. Entonces acotaremos las convulsiones y nos debemos preparar para afrontar la fuerza de la naturaleza tan adversas.

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