Carta del Director/Luz de cobre

Palomares, 53 años después

La tierra contaminada parece que va a seguir en el pueblo y con pocas esperanzas de que los yankis se la lleven a su país

Cincuenta y tres años han pasado desde que dos aviones nortemaricanos, un B52 y un KC135 chocaran en pleno vuelo sobre el cielo de Palomares. El bombardero llevaba en sus entrañas cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones. Como consecuencia del accidente dos de ellas quedaron intactas, una en tierra (cerca de la desembocadura del río Almanzora) y la otra en el mar. Las otras cayeron sin paracaídas, una en un solar del pueblo, la otra en una sierra cercana. Se produjo la detonación del explosivo convencional que contenían, lo que sumado al choque violento con el suelo, hizo que ambas se rompieran en pedazos. Las tres que cayeron en tierra fueron localizadas en cuestión de horas; la que se precipitó al mar pudo ser recuperada 80 días después. Como resultado de la explosión, se formó un aerosol, una nube de finas partículas compuesta por los óxidos de elementos transuránicos que formaban parte del núcleo de las bombas, más el tritio que se vaporizó al romperse el núcleo. La nube fue dispersada por el viento y sus componentes se depositaron en una zona de 226 hectáreas de superficie que incluía monte bajo, campos de cultivo e incluso zonas urbanas. La contaminación resultante (principalmente por Plutonio-239, también Pu-240 y Americio-241) superó los 7400 Bq/m², con notables diferencias según el punto considerado, habiendo zonas con 117000 Bq/m², y hasta más de 37 millones de Bq/m² (saturaron los instrumentos de medida) cerca de los puntos de impacto. A finales de los años 1980, la contaminación residual era de 2500 a 3000 veces superior a la de las pruebas atómicas.

Pues bien, transcurrido este tiempo el incidente no ha dejado tranquilos ni un solo día a los habitantes de la barriada cuevana. Periódicamente algunos de los vecinos acuden a hacerse revisiones y de forma paralela los gobiernos de Estados Unidos y España tratan de buscar una salida a la tierra contaminada. Lo más cerca que se ha estado de lograrlo fue durante los gobiernos de Obama y Rajoy. Ambos firmaron un protocolo de intenciones que parecía resolvería, de una vez y para siempre, el problema. Transcurrido el tiempo nos hemos topado con Trump, al que poco o nada le importamos. En una respuesta del Gobierno al diputado de Cs, Diego Clemente, se deja claro que el acuerdo alcanzado por los ministros de Exteriores (Kerry y Margallo) no tiene rango de tratado, por lo que si nada lo remedia la tierra seguirá donde está, la zona vallada y los habitantes de Palomares soportando una imagen que no es la más deseable para su agricultura y sus playas. Y, lo que es peor, con escasos o ningún dato de las verdaderas consecuencias que ha tenido, tiene o tendrá para la salud la dichosa tierra, que seguirá en el pueblo y con pocas esperanzas de que un día los yankis decidan que es hora de repatriarla a su país. Triste.

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