Cuando yo era pequeña vivía en Gádor. Allí el jueves Santo, se hacía una representación en la Iglesia, "el sermón de las siete palabras". Acudían de todos los rincones de la provincia, gentes de todas partes, a escuchar a Don Nicolás, que con el paso de los años, se había convertido en un sacerdote de leyenda. Los niños, escuchábamos sobrecogidos sus gritos de lamento, al ver como los judíos le metían en los costados, chorreantes de sangre, unas lanzas mojadas en sal y vinagre, mientras el sacerdote relataba la agonía de Cristo, colgado en la cruz. Otro momento sublime, era cuando dirigía su ensalmo: a esa madre! Y entonces se escuchaban redobles de tambor atronadores dentro del templo, y con ellos, también los corazones latían aceleradamente. Esa madre, que está viendo morir a su hijo!! Una muerte asumida por el propio hijo de Dios para limpiar nuestros pecados!! Y los pecadores, terriblemente compungidos, rompían a llorar amargamente. Los sollozos de las mujeres se escuchaban en el silencio sepulcral, que seguía a estas durísimas palabras de acusación. Después de una pausa, unos segundos eternos, Don Nicolás ordenaba a los judíos (que eran hombres del pueblo vestidos de romanos) que bajasen el cuerpo sin vida del cristo colgado en la cruz, situado a un lado del altar.

Los murmullos, sollozos y gritos contenidos llenaban la iglesia, cuando los judíos comenzaban a soltar al hijo de Dios hechos carne, de los terribles clavos que ataban a la cruz sus manos y pies sangrantes, perforados por ellos. Y entonces, con el cadáver del hijo sobre los brazos, los judíos se lo acercaban a la madre, y todos lloraban ya sin pudor, poniéndose en el lugar de la Virgen María, cuando veía a su hijo muerto, entre los gritos de lamento del sacerdote. Ese día el sermón duraba unas cuatro horas. El pueblo entero participaba en las procesiones, vestidos de Sanjuanistas (solo hombres), de Brea (la chiquillería, en este caso, niñas y niños), de judíos (vestidos de romanos), o de traje y corbata ellos y ellas de Manolas, con sus mantillas y vestidos negros. Todos los santos de la iglesia, eran tapados con unas telas moradas, en señal de luto. Cuando se pusieron de moda los Pubs, los jóvenes, que esos días teníamos vacaciones, nos íbamos allí a escuchar música y a charlar. Pero, que os habéis pensado? Allí se plantaba Don Nicolás, con su negra sotana, imponente y brioso, como él era, y a voz en grito ordenaba parar la música, mandándonos a casa, con cajas destempladas. Estos jóvenes de hoy! No saben que estamos de luto, por la muerte del señor? Quien nos iba a decir cincuenta años después, que hoy 9 de abril de 2020, jueves Santo, sin necesidad de que venga Don Nicolás a recordarnos que estamos de luto, nos encontremos encerrados en casa, en señal de duelo, por los miles de Cristos y Marías, creyentes o no, pero hijos del mismo barro, que a lo largo de un mes han entregado su vida por salvar la de los demás, como hace 2000 años.

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