Utopías posibles

Viajar en primera clase

El mundo entero se preocupa por el futuro de cinco personas que se meten en un submarino por puro placer

Hay mensajes que resultan muy difíciles de transmitir y que calen hondo. A este respecto cabe plantearse: ¿aprendemos más de lo que nos dicen, o de lo que vemos que hacen los demás? ¿aprendemos más de lo que leemos o de lo que vemos? ¿aprendemos más de la experiencia o de lo que nos cuentan? Aprendemos a través de nuestros sentidos y además lo hacemos todo el tiempo, desde que nacemos hasta el fin de nuestros días.

Así las cosas, es lógico que la escuela solo cubra una parte y sea incapaz de alcanzar todos los aprendizajes. Son seis horas en Secundaria, cinco horas en Primaria, cada día. El resto, hasta 24, son en casa, en la calle, con los amigos, con familiares… o mucho peor, a través de las redes sociales, internet y los medios de comunicación.

El Goliat es enorme. Hablamos de miles de horas, mensajes de texto, fotos, vídeos, videojuegos, memes, plataformas teóricamente «serias», medios tradicionales de información, televisiones, series, películas… que siempre van en la misma dirección. Siempre trasladando el mensaje de que el pez grande se como al pequeño y de que hay personas de primera, segunda, tercera clase y esclavos. Dependiendo de cuál sea tu billete, podrás viajar cómodamente con toda clase de atenciones o morir durante el viaje, sin que a nadie preocupe lo más mínimo.

Casi a diario nos llegan noticias de muerte en el mar, vemos imágenes de personas jugándose la vida, que incluso después de pedir auxilio son abandonadas a su suerte sin que nos inmutemos lo más mínimo. Sin embargo, el mundo entero se preocupa por el futuro de cinco personas que se meten en un submarino por puro placer. El mensaje está muy claro, a pesar de que nos empeñemos en hablar del deber de auxilio, de que ética y legalmente está prohibido omitir la ayuda a alguien que la necesite, o de que el derecho humano número 7 diga que todas las personas somos iguales ante la ley y tenemos, sin distinción, derecho a igual protección e la ley. Los ciudadanos de primera son «pobres personas», los de tercera clase están casi a la altura de los animales («vienen a invadirnos», «no pueden venir todos», «que los rescaten otros», «que arreglen sus problemas», «muchos son delincuentes»). En los valores y los derechos humanos, somos unos escasos David frente a un enorme Goliat... aunque eso sí, convencidos de no parar nunca (e incluso con más fuerza) de apedrearle la frente. Sin descanso.

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