Me encuentro un montón de docentes comprometidos con la innovación, que defienden que los exámenes son necesarios para la vida, que el alumnado tendrá que enfrentar un montón de exámenes a lo largo de su vida y que por este motivo deben practicarlos. Reconozco que tienen parte de razón. Empezando por las pruebas de acceso a la universidad, el examen del carnet de conducir, los numerosos exámenes que encontrarán en los estudios universitarios o los exámenes de oposiciones de mil tipos y características y… la verdad, no se me ocurre absolutamente ningún contexto más donde se hagan exámenes, de la manera que se hacen en la escuela.

Dentro de esa preparación para el futuro (que debería ser también para el presente) y del objetivo irrenunciable de garantizar la igualdad de oportunidades, tenemos que asegurarnos de que nuestro alumnado tenga éxito en los exámenes. Sin embargo, deberíamos plantearnos ciertas cuestiones: ¿solo eso, exámenes? ¿mayoritariamente exámenes? ¿no estaremos condicionados porque estamos dentro del mundo académico? ¿cuántos exámenes suele tener cualquier trabajador de una empresa en toda su vida profesional? ¿cuántos exámenes escritos, valorados de 0 a 10, tienen que pasar los empresarios? ¿cuántos exámenes tiene que pasar el profesorado una vez que han aprobado las oposiciones? ¿debemos concluir entonces que los exámenes están tan presentes a lo largo de la vida? Es más… ¿la única forma en que se mide el mérito o el valor es mediante exámenes? ¿no ocurrirá esto solo en el sistema educativo y el acceso a la función pública? ¿buscamos profesionales que una vez que aprueben las oposiciones o los exámenes luego sean incompetentes, intratables, egocéntricos, incapaces de trabajar en equipo o tener iniciativa? Sin duda, ni en la empresa privada ni en los empleos públicos queremos ese perfil de trabajadores.

Por tanto, la conclusión está clara. Hay que formar para superar exámenes, sí, pero también (y en mayor medida) para que se produzca un aprendizaje auténtico (no solo mecánico o memorístico), para la creatividad, para el trabajo en equipo, la cooperación, la capacidad de aprender por uno mismo, la autonomía, el diálogo y la crítica. Mientras la escuela se centre casi por completo en la superación de exámenes, dejaremos cojo e indefenso al alumnado, desconectado de las necesidades del mundo real. El reto ahora mismo es nivelar la balanza.

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