Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Sin límites
Cientos, miles, millones de webs, artículos, libros, conferencias, estudios y tesis doctorales sobre los valores en educación pueden resumirse en un solo concepto: el del cuidado. La deshumanización de nuestra sociedad (horarios, estrés, plazos, distancias) unida a una visión cada vez más eficientista de la actividad humana, que en el caso de la escuela se traduce en la obsesión por el temario, por una falsa «objetividad» que no existe, por las calificaciones, por tener unos papeles perfectos y maravillosos con independencia de la realidad que habitemos, hacen que nos olvidemos de lo más importante: cuidarnos a nosotros mismos, cuidar a los demás, cuidarnos mutuamente.
Hagamos un poco de examen de conciencia. ¿Cuántas veces te has preguntado en la última semana o en los últimos meses, si realmente te sientes bien con lo que estás haciendo, si esta o aquella conducta que te incomoda de los demás realmente te afecta y en qué medida lo hace, qué puedes hacer para afrontarla, superarla, tener un mínimo de estabilidad afectiva, felicidad, encontrarte bien contigo mismo? ¿Cuántas veces has preguntado a las personas que te rodean si se encuentran bien? ¿Un simple «cómo estás»? ¿Cuántas veces has sido capaz de dedicar unos minutos para que tus hijos e hijas, tu alumnado, tus compañeros y compañeras de trabajo, nuestras parejas, nos cuenten de verdad cómo se sienten? Esta sería la base del cuidado y a partir de ahí podremos empezar a construir.
En una microsociedad como la escuela, el objetivo final no puede ser otro que fomentar una «cultura de los cuidados» donde todo el mundo cuida de las demás personas a la vez que se deja cuidar. Debemos conseguir humanizar las relaciones, las actividades, las decisiones, la vida del centro en su conjunto. Esto incluye que para cuidar a los demás deba escucharles, que para que sus necesidades no interfieran con las mías tengamos que ponernos de acuerdo en mil cosas. En definitiva, que construyamos de manera conjunta, cada cual desde su rol. El docente, desde su conocimiento de lo académico. Las familias desde su papel de apoyo incondicional en lo personal y su participación en la escuela. El alumnado, auténtico destinatario de todo lo que hacemos, desde su rol de persona (y ciudadano/a) que está formándose. Las opciones son solo dos: el cuidado mutuo o seguir caminando hacia la esquizofrenia colectiva, mientras el cuerpo aguante.
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