Leo en el diario El Salto el desarrollo de la iniciativa Bécquer no era Bécquer, dirigida por la profesora Mercedes Comellas, perteneciente a la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla. De lo que se trata es de derribar la imagen del Bécquer sentimental, “separado del mundo real en que vivió y entregado a un amor idealista y fracasado que le rompió el corazón”. Para ello, el pasado 22 de diciembre, un grupo de ocho alumnas de la asignatura Literatura Española del siglo XIX, al hilo del 153 aniversario de la muerte del autor, realizaron una visita guiada por los lugares que jalonaron su biografía, no para enaltecerla, sino para contar su verdadera vida. Todo parece trastocado en la tradición de Bécquer: su apellido, por ejemplo, era Domínguez Bastida, siendo el de Bécquer tomado de su abuelo, hombre de ganado prestigio. Tampoco el retrato que le pintara su hermano Valeriano fue demasiado realista: no era una persona enamorada, doliente y sensible, sino, en muchos aspectos, alguien bastante más moderno.

Para estas investigadoras, “Bécquer no se dedicó a ser poeta, de hecho en vida publicó muy poca poesía, pero siempre tuvo trabajo como periodista, básicamente por enchufe”. En absoluto padeció de soledad. Estaba casado, trataba con prostitutas, aceptó como propio un hijo de otro, murió de sífilis, enfermedad que contagió a su esposa, Casta Esteban Navarro. “Ambos hacían vidas separadas”, señala Comellas, resaltando la actualidad de tal conducta.

El mito de Bécquer nace con su muerte, engendrado por un grupo de amigos que quisieron vender las Rimas y Leyendas, asociándolas a un poeta romántico maldito. Así, se le empiezan a atribuir amores que nunca tuvo. Hombre hondamente conservador, católico y monárquico, llegó a ocupar el cargo de Censor de Novelas, apoyado por el Partido Moderado con el que se le relaciona.

Sin olvidar su otra posible cara oculta (la de gnóstico y esotérico), para el grupo de Comellas “el Bécquer real es mucho más interesante. Se lo tacha de romántico, en el sentido literario, cuando él era más moderno, fue el gran referente de toda la poesía española del siglo XX”.

No se trata, pues, de opacarlo, sino de normalizar su peripecia y de darle una importancia mayor y decisiva a su trascendente obra. Su alma de doble filo lo convierte, al tiempo, en ser falible y corriente y en literato inestimable, muy superior a su fábula. Algo que sí merece la pena reivindicar.

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