Todo ser humano que se precie contiene agazapado un demonio que se alimenta de su alma. Y por alguna oscura razón, aquellos que no logran entenderlo, asumirlo, amarlo, terminan devorados por él. Abandonados los días entre los hombres, una batalla más librada en nuestros cuerpos termina, pensamos. Mientras salimos a las calles a dominar el aire que se precipita entre nuestras mandíbulas y solo la muerte espera. Y todo duelo, incluso las ganas de besarte. Y es entonces cuando recobramos la conciencia de nuestros demonios. Recordamos su azul imperio asestando los cuerpos del dolor. Intentamos esconderlo. No mirarnos al espejo y avanzamos por el mundo fragmentados, proyectando su sombra sin saberlo. Atacando hasta el último desfiladero que aún queda en pie sobre nuestro pecho. Buscamos la divinidad a través de la belleza, detrás de unos labios pintados de carmín, en un burdel a solas o, acaso, en el borde de un acantilado esperando el abismo. Intentando descifrar todo aquello que un día creímos que domesticamos y que sin embargo siempre sentimos que ese temor hecho muros caería sobre nosotros. Todo ser humano que se precie contiene agazapado un demonio que se alimenta de su alma. Y por alguna oscura razón, aquellos que no logran entenderlo, asumirlo, amarlo, terminan devorados por él.

Día tras días, cae la tarde y, con ella, los párpados, los cuerpos, los relojes. Y sin embargo seguimos sin saber quiénes fuimos y quiénes somos aún. Quizás, porque en lo más íntimo de nuestro ser aceptamos nuestra naturaleza como seres humanos y no nos sentimos avergonzados. El dolor no tiene nombre ni prejuicios morales, al igual que la soledad del hombre. Creemos que podemos evitar nuestro propio destino, a pesar que hemos cometido todo tipo de atrocidades. Y seguimos buscando cualquier forma para entenderlo, para ser parte de él y evitar encontrarnos contra el propio hombre, contra el propio demonio, contra el propio dolor del ser. Quizás, porque no hemos entendido nunca que la vida real es el arte de ser simple. Porque lo que más genera violencia del mundo es la represión y no la canalización de nuestra sombra, de nuestro dolor, de nuestro demonio.

Ese soy yo. La isla indolente que sobre tus labios celebra. La victoria del naufragio, de las derrotas, del abismo. Esta obstinada obsesión de seguir viviendo todavía. El último hombre que sobre el cielo de tu boca un día existió.

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