De Gobiernos e Ínsulas

gONZALO aLCOBA gUTIÉRREZ

A tí, mi compañera

Lo que importa es que ellas ya navegan imparables; y nosotros, juntos, vamos remando a su lado. Gracias

Hay momentos en que uno toma conciencia de su propia insignificancia; de su levedad. En la era líquida que vivimos, es fácil terminar siendo un fantasma más de esos que surcan el tiempo sin saber muy bien por qué. Yo sería uno de ellos, un semoviente atolondrado, si tú no hubieras aparecido. Tú, con tus siglos de lucha por la igualdad a la espaldas, con tus manos delicadamente firmes, con tu frente valiente y despejada, con tu coqueta altanería, con tu manera espléndida y generosa de dar amor. Tú, compañera, hace tres años, me diste -nos diste- a Claudia y Adriana. Recuerdo bien el miedo que pasé; Claudia sufría deficiencia en su placenta y había riesgo de que no llegara a nacer; pero tú sostuviste mi mundo en una mano y, con la otra, la empujaste a ella a vivir. Y vivió. Vivieron las dos y lo llenaron todo de ellas mismas. Las paredes de la casa, las calles y los parques, los recuerdos, los afectos, los temores, las esperanzas. Todo tiene su nombre grabado en bronce; todo es suyo.

Me has contado muchas veces como fue aquel momento. Sé qué Ed Sheeran cantaba por el hilo musical, aunque no me permitieron el paso; las imagino calentado el aire tenso de aquel quirófano con el tenue aroma de su primer llanto; las veo agarrando el tiempo breve con sus deditos blandos, empapados aun del humor de tu cuerpo. Y tú, ávida, extenuada, brava como un viento, osada, gigante, reclamándolas para tus brazos, exigiéndolas en tu vientre. Yo esperé en silencio en la habitación, sin escuchar a nadie, hasta que tú, al otro lado del teléfono, han nacido, mi amor, me dijiste. Y el mundo se abrió a mis pies; surgieron fuerzas que no conocía; todo sucedía sobre mí sin que importara lo más mínimo quién era y para qué existía. Ellas llegaron antes que tú; te esperamos sin entender nada; como recién nacidos, abrazados. Hasta que te subieron y, medio dormida, dolorida, igual de grande que siempre, viniste satisfecha, victoriosa; asentando la tierra que pisábamos, abriendo a golpes sus horizontes, para que vieran y oyeran, para que fueran todo lo que habrán de ser. Hace tres años de aquel día, en el que tomé tu nombre y tu causa; cuando las tres me ofrecísteis un hogar, un destino, un camino a seguir. Ya no importa quien fui, ni de qué tejido se hizo mi cuerpo. Lo que importa, compañera, es que ellas ya navegan imparables; y nosotros, juntos, vamos remando a su lado. Eternamente, gracias.

*A Ana, por dármelo todo. A ellas, que lo son todo

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