El final de la pesadilla

Ese treinta de abril pasó a la historia como el final de la terrible pesadilla que fue Hitler

A LAS tres y media de la tarde del treinta de abril de 1945 - se cumplen hoy 75 años- se escuchó un disparo en el búnker en el que Adolf Hitler vivió el último mes de su vida, quince metros bajo tierra en el jardín de la Cancillería, en Berlín. Un cuarto de hora más tarde, Günsche y Linge, el coronel de su guardia personal y el mayordomo de absoluta confianza del Führer, entraron en la habitación y descubrieron el cadáver del líder nazi junto al de su esposa Eva Braum. Ese treinta de abril pasó a la historia como el final de la terrible pesadilla que fue Hitler, que asolaba a Europa y al mundo entero. Frente a quienes sostiene, con argumentos más o menos sólidos, que es mejor eludir las crudas imágenes de los atentados terroristas, mi opinión muy subjetiva, por el contrario, es preciso y necesario que se conozca el horror en todas su dimensión y dejar una huella perenne en la memoria de la agria y nefasta violencia y fanatismo. Hitler terminó sus días enterrado en un búnker sacudido por los impactos de la artillería soviética, asistiendo al epílogo de un "mundo nuevo" que quiso crear. El dictador alemán sumió al mundo en una guerra que provocó millones de muertos y cometió el crimen más perverso de la historia de la humanidad: la ejecución de millones de judíos, gitanos, homosexuales y minusválidos.

Todavía hoy, tantos años después y muchos ríos de tinta vertidos sobre papel; y hoy en pantallas catódicas, setenta y cinco años después, las fotografías tomadas por soldados soviéticos, norteamericanos y británicos en los campos de exterminio liberados resultan "políticamente incorrectas". Pero si no fuera por ese testimonio, terrible, los crímenes del nazismo se habrían ido olvidando y diluyéndose en la corriente del tiempo, aunque el tiempo lo borra todo, hay hechos que ni el más fuerte huracán se llevaría.

Aquellas imágenes de cadáveres desnudos, apilados junto a los crematorios; las escenas rodadas en blanco y negro por los camarógrafos aliados de un puñado de supervivientes famélicos, de una delgadez imposible, son la memoria viva del Holocausto que nadie debe olvidar. Son la prueba de que unos crímenes que chocan con la razón, que parecen increíbles, fueron ciertos. Nuestro dictador, para congraciarse con él se encontraron en Hendaya, para demostración de lo que representaba dio cobijo a espías nazis, y en 1940 decidió cambiar la hora a la de Berlín.

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