Carta del Director/Luz de cobre

Cuando los recuerdos nos alcanzan

Entre emociones y risas, historias y anécdotas transcurren las horas con más sentido de tu existencia en años

No hay nada como las fiestas patronales de un pueblo, -si es pequeño la situación se magnifica-, para reencontrarte con los recuerdos, con las imágenes que siguen ahí, aletargadas en el cerebro, pero que afloran con vigor y fuerza cuando aquellos a los que no has visto en años, a veces desde la niñez, te los encuentras frente a ti. El tiempo te alcanza. Te das de bruces con él, en la misma medida que buscas las fórmulas para digerir las emociones con un mínimo de decoro, -porque ya somos mayores- o, simplemente, das rienda suelta cuando te invaden y te olvidas de nimiedades y rompes con lo establecido, pese a que luego puedas ser objeto de guasa, en el buen sentido de la palabra, ante aquellos que te tienen por una roca, firme tancreda, así caigan rayos, truenos o centellas.

Allí donde la despoblación hace estragos cadía día; allí donde los vecinos marcharon buscando oportunidades de vida; allí donde el último de la familia deja este mundo y la casa se cierra, permanece viva la memoria. Calles de viviendas cerradas, muchas abandonadas a su suerte y alejadas del respirar cotidiano, cobran vida cuando llegan las fiestas. Todos los que pueden, y más si la celebración cae en fin de semana, regresan a sus orígenes, dispongan de cobijo o no, buscando los recuerdos escondidos en la casa de ‘la María’, en las eras de Trujillo, en el lavadero recuperado para la causa sentimental, o en el rato de caza que compartiste con el vecino de toda la vida, que ahí quedó, y que cuando te lo encuentras años después, fluye con la misma fuerza que un torrente durante una tormenta de verano.

La imagen de vecinos e hijos de vecinos caminando al lado de los patronos es impagable. Entre momentos de veneración, el ruído de los cohetes y velas encendidas, se viven los momentos más tiernos y humanos de la fiesta. Primos que no se han visto en decenios, amigos que marcharon en la niñez y ahora lo conoces porque el ADN de sus padres ocupa todos sus rasgos y familias, -¡ay la familia!-, que quedan para compartir mesa y mantel el día de la patrona y el número de comensales se dispara porque nadie, o casi nadie, está dispuesto a perderse el momento.

Entre emociones y risas, historias y anécdotas, transcurren las horas con más sentido de tu existencia en años. Aquellas en las que recuperas la esencia de quién eres, de dónde vienes, lo que has vivido y el camino recorrido.

Pero, a poco que cierres los ojos, los abras y mires a tu alrededor, percibes como el tiempo te ha alcanzado y ni te has dado cuenta. ¡Ay el tiempo!, fugaz, efímero, casi huidizo, ha transcurrido en tantas cosas, seguro que algunas hasta valiosas, pero siempre prescindibles. Has dejado a un lado lo verdaderamente sustancial, aquello que permanece, que ocupa la esencia de todo cuanto eres, que no es otra cosa que la amistad y las relaciones humanas. La vida, en definitiva.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios