Desayuno con diamantes

José Fernando Pérez

El rey desnudo

En tiempos de tribulaciones como las pasadas, las presentes y las venideras, la verdad se encuentra a pie de calle

De forma torticera se retuerce la realidad hasta hacer que sea la "realidad". El Conde Lucanor: Exemplo XXXIIº - De lo que contesció a un rey con los burladores que fizieron el paño.

En tiempos de tribulaciones como las pasadas, las presentes y las venideras, la verdad se encuentra a pie de calle. De la tribuna, al pasillo, detrás de la esquina o sorteando los carriles de la autovía que se ha convertido en el paso de las Termópilas esta semana pasada.

La verdad, la que se cuenta que es, se encuentra disfrazada bajo el lisonjeo y las menudencias de un teléfono escacharrado que actúa como transmisor de las perplejidades.

No son capaces de digerirse, quizá por el desconocimiento o más probable por la misma idiocia que hace que los méritos, se alojen al fondo de la bolsa rota.

Sólo sobresalen las capacidades innatas de mimetización con el medio. Los movimientos de perfil hacen resbalar la cadencia de acontecimientos y en mágica secuencia infinita, inciden sobre la carne trémula y fustigan el favor de otros, que se desgañitan por mantener un orden dentro del caos.

La conciencia se embota con esa verdad que se crea para la ocasión. Viviendo en una dimensión desconocida el laudotario se pronuncia ante hechos irrelevantes para el bien colectivo. Sólo prenden en el pecho desnudo del hacedor de embrujos.

Mal vamos si sólo vemos por los ojos del dicente y escuchamos por la boca del mismo. Mal si no compartimos las cuitas en la trinchera de la realidad, blocao sometido al paqueo de salivazos consentidos fuera de protocolo escrito. Al final implica un hartazgo de proporciones colosales, sólo tolerables por el personal lobotomizado.

El rey desnudo puede pasearse a sus anchas inconsciente de su necedad, cuestión que no se le debiera estar consentida al embobado por las lisonjas y aspavientos. La máscara de la realidad se ha escondido entre las bambalinas para que el esperpéntico paseo triunfal no pueda verse trufado y siga siendo considerado depositario de la elegancia de una prenda invisible para sus ojos.

El "rey" va desnudo. Sus cortesanos se han encargado de decirle la majestuosidad de su porte, la riqueza de esa tela que sólo es visible para aquellos que poseen ese don de la virtuosidad pupilar…

Hasta que un niño dijo…"pero si va desnudo"

Perdimos la vision rápido, sí.

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