Comunicación (Im)pertinente

Francisco García Marcos

La sana companya

Hasta ahora las franquicias habían funcionado razonablemente bien

Los caminos de la maledicencia pueden ser procelosos y, sobre todo, inagotables. A veces se cuentan historias y fábulas, evidentemente sin fundamento, que, a pesar de ello, circulan con rapidez y sin freno. Es lo que ha sucedido estos días atrás, cuando se propagó el rumor de que, a partir de la medianoche, un viento cortante, con olor a cera, recorría los bosques del Pirineo, por su lado Norte. Portando la correspondiente cruz y el inevitable caldero de agua bendita, un lugareño de nombre Carles encabezaría un séquito lúgubre de encapuchados, lamentando la perdida de la patria que queda al otro lado de los árboles.

Hay quien afirma con rotundidad haberse cruzado con ellos. El mero recuerdo del murmullo de los rezos, de las cadenas arrastradas por los caminos o del soniquete de la campanilla que los acompañan les provoca escalofríos. Prefieren ni recordar los aullidos insondables de los perros anunciando su llegada. Aunque no todos parecen estar dispuestos a sostener la versión extrema de la leyenda. Hay quien apunta que eso pudo suceder en otro tiempo, pero que ahora Carles se ha quedado solo, que lo han abandonado las últimas ánimas del Purgatorio que lo acompañaban. Sin los sudarios de Oriol y Marta a su espalda, debe estar rodeándolo la macilenta oscuridad que va depositando el abandono de sus fieles.

No obstante, lo más probable es que se trate de una fabulación perversa y capciosa. Hasta donde se sabe, Sito Feijóo, alias Miñanco, nunca concedió una franquicia catalana de la Santa Compaña. Ese es un negocio que lleva con especial mimo. No lo necesita para nada. Con el asunto del narco le sobra para él, su familia y las de unos cuantos empleados. Lo mantiene sobre todo por nostalgia, como recuerdo de su adorada abuela Herminia, tan firme creyente de esos asuntos.

Hasta ahora las franquicias habían funcionado razonablemente bien. En Asturias le habían cambiado el nombre por el de Güestia. Allí se había especializado en acompañar a los moribundos en sus últimos estertores. La Estantigua castellana había tenido sus momentos de devoción firme. Incluso en Extremadura y Andalucía se abrieron sucursales con cierto predicamento. Pero receló desde el principio de la idea de convertir la Santa Compaña en una especie de reivindicación independentista. Le dio una negativa rotunda al tipo de las gafas y el pelo a sesentero que fue a negociar con él. Así que todo lo que se está murmurando es una patraña más para desacreditar al bueno de Carles, tan cándido que creyó a pies juntillas que lo iban a entronizar en su patria. Ese proceso ya pasó.

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