Sin el silencio, las palabras son solo ruido. En música el silencio es tan importante como el propio sonido: estructura el tiempo, genera ritmo, enmarca la propia creación. Imaginemos uno o muchos sonidos infinitos, interminables. Todo sería música, por lo que nada sería música. Dejaría de existir. La creación necesita de huecos, descansos, espacios que dan sentido a aquello que queremos transmitir o expresar. «Si se callase el ruido, oirías la lluvia caer, limpiando la ciudad de espectros», canta Ismael Serrano. John Cage hace 70 años demostró que el silencio absoluto no existe, pero si bajamos el nivel de ruido podemos escuchar cosas maravillosas que quizá nunca nos habíamos percatado de su existencia.

La mayor aportación del recientemente fallecido Jesús Quintero es esa: el silencio. Sus entrevistas no pasarán a la historia por la elocuencia, por las preguntas, por el ingenio del presentador ni por la manera en que las dirige. Su lección es mostrar que del silencio salen cosas maravillosas. La mente se pone en funcionamiento, se respetan los tiempos, se elaboran los argumentos… se llega al fondo de la cuestión.

Estamos tan ocupados en el mensaje que no nos damos cuenta de que el silencio es tan importante como aquello que queremos transmitir. La velocidad de los tiempos, el márketing, los intereses políticos y económicos, las acaloradas discusiones por el fútbol o por cualquier otra trivialidad… se basan en no dejar espacio a la otra persona.

Si trasladamos todo lo anterior al contexto educativo, la conclusión es más que evidente. Programaciones, horarios, fechas, exámenes, calendarios que cumplir, actividades escolares, complementarias, extraescolares, el maldito reloj que nos dirige la existencia… y palabras, palabras, muchas palabras. Lo que las personas que tenemos delante tengan o no en la cabeza, su vida, sus intereses, sus reflexiones, sus tiempos personales para digerir aquello que les proponemos… Todo eso da igual. Lo importante es llenar el cerebro de palabras, palabras, palabras. «Educación bancaria», lo llamaba Paulo Freire, allá por los 70. Cincuenta años más tarde, ese modelo está cada vez más presente dentro y fuera de la escuela.

Las familias, los educadores, el ser humano, tenemos que plantearnos como reto el silencio. Escuchemos todo lo que podamos. Los sonidos, las mentes, las reflexiones, las personas. Gracias, Loco, por tu legado.

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