Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Cayetana y Pablo éranse a una nariz pegados

Si leyeran a Quevedo y Góngora, las máscaras de sus señorías serían más hermosas y no siempre las mismas

Pablo Iglesias y Cayetana Álvarez de Toledo Pablo Iglesias y Cayetana Álvarez de Toledo

Pablo Iglesias y Cayetana Álvarez de Toledo / D.A.

El discurso político debe ser un referente ético, social y cultural. En el Congreso y en el Senado la oratoria tiene que recordarnos a Demóstenes: así en la prosodia, en la sintaxis, en la semántica como en la coherencia, en el énfasis y en la ironía. ¡Señores diputados y señoras diputadas, señores senadores y señoras senadoras, ahora más que nunca, sus señorías han de convertir el Madrid político del siglo XXI en la Atenas clásica: aquella en donde la palabra era el florilegio de los siglos! El reciente enfrentamiento dialéctico entre la portavoz del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, y el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias Turrión, tuvo más de ataque a la persona que al error político; a la privacidad y a la intimidad, más que a la gestión y a la actuación. No pretendemos que sean Demóstenes o Cicerón, pero sí que los lean, con el propósito de que la literatura encauce el enfrentamiento por los senderos nerudianos de la universalidad, en lugar de la rima provinciana en la que el «tú más que yo» haga de la tribuna de oradores un coloquio de dimes y diretes, que, algunas veces, se asemejan a espadas como puñales y a balas como serpientes.

¡Crítica, sí! Por supuesto. Es una de las esencias de la democracia ¿Enfrentamiento dialéctico? Bienvenido sea para marcar las diferencias y sepamos quién es quién. Mas con las premisas de la creatividad que emana de la oratoria de aquel siglo IV antes de Cristo, donde Demóstenes consiguió, con esfuerzo y perseverancia, ser el mejor orador, como bien reconocería Cicerón: otro de los grandes maestros del don de la palabra. Que doña Cayetana diga a don Pablo que es hijo de un terrorista es, antes que otra cuestión, ignorar aquel enunciado tan ilustrado de Paulo Coelho: «En muchos momentos de la vida el silencio es la respuesta más sabia». Y más cuando no consta que el señor Javier Iglesias Peláez, inspector de Trabajo, participara en ningún acto violento contra nada ni contra nadie. Por otra parte, la forma de dirigirse del señor vicepresidente del Gobierno a la portavoz popular, como marquesa, denotó, asimismo, que la literatura y sus recursos borgeanos los dejó el líder de Podemos en las estanterías de la Biblioteca Nacional, tan cerca de la carrera de San Jerónimo. ¿Por qué la una y el otro, tan inteligentes ambos, no recitaron el soneto que Francisco de Quevedo escribió contra Góngora, rememoraron los secretos mejor guardados del conceptismo y del culteranismo y compusieron un soneto que despertara la admiración y mereciera el aplauso de todos los diputados y de todas las diputadas, presentes en el hemiciclo, puestos en pie? A Cayetana y a Pablo les faltaron el autocontrol budista y la interiorización del estado zen para sorprender al adversario con la palabra que lo dice todo, sin perder el excelso talento de la elegancia. «De todas las reacciones posibles ante una injuria, la más hábil y económica es el silencio», caligrafiaba Santiago Ramón y Cajal en las páginas que, entre el manuscrito y la primera edición, son silogismo y hermenéutica.

Érase un hombre a una nariz pegado, / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un peje muy barbado; / era un reloj de sol más encarado, / érase una alquitara pensativa, / érase un elefante boca arriba, / érase Ovidio Nasón más narizado. / Érase un espolón de una galera, / érase una pirámide de Egipto, /las doce tribus de narices era; / érase un naricísimo infinito, /muchísima nariz, nariz tan fiera / que en la

cara de Anás fuera delito. Si la agudeza de doña Cayetana y de don Pablo fuera interminable como la de Quevedo, el Congreso sería escuela de políticos y eruditos, los cuales sabrían indoeuropeo, griego y latín. Pero, para este logro, es necesario que, antes, el sarcasmo invierta las letras con el fin de convertir el insulto en un tratado conceptista y culterano. Si leyeran a Quevedo y a Góngora, las máscaras de sus señorías serían más hermosas y no siempre las mismas. Irene Lozano recitaría estos versos en la fase tres de la desescalada: «Yo te untaré mis obras con tocino, / por que no me las muerdas, gongorilla». Y podríamos preguntarle al señor Marlaska si se conjugan los sustantivos, en este caso, injerencia, como si fueran verbos. ¡No deje entrever que desconoce la gramática de Nebrija, señor ministro! El metre (adaptación al español) invita a un wiski Blue Label. De final largo y complejo, en el que se aprecia pimienta y algo de madera. En la misma cartera, la política y la gramática. No importa qué política, ni qué gramática. ¡Mark Felt, Garganta Profunda, hablaba off the record! ¿Grande-Marlaska? A micrófono cerrado.

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