Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Felipe y Leticia bailan el chotis

Podemos seguir preguntándonos por la prótasis hasta que el cristal se rompa; mas debemos saber que la respuesta al presente y al futuro en España tampoco está en un tango de Gardel

Felipe y Leticia bailan el chotis Felipe y Leticia bailan el chotis

Felipe y Leticia bailan el chotis

Definir la monarquía en la antología de los siglos es un objetivo que convierte las interrogaciones retóricas en disquisiciones gramaticales y semánticas que pueden terminar en la frontera de lo imposible, a pesar de que la política se disfrace de ciencia ficción. Puestos a hacer preguntas, sin saber si las respuestas son literatura o cine, podríamos comenzar por la prótasis de un silogismo, antes que por la apódosis de una proposición.

Entonces, llegaríamos a aseverar: si la monarquía no es una muñeira, una zambra, un fandango, un pasodoble, una jota, un bolero, una rumba, unas sevillanas, unas malagueñas, una bulería, una seguiriya, una soleá, tiento o base de compás: ¿qué es cuándo la historia constituye la miscelánea del destino y el mundo no puede compartir el fervor del olvido? Si la monarquía no es rock and roll, jazz, blues, doowo, folk, soul, power pop, indie pop, pop punk, pop rock, teen pop, bubblegum pop, pop rap, country pop, drean pop o janle pop: ¿qué sueño pudiere (¡en futuro imperfecto de subjuntivo!) devenir en real, sin que la invención tenga que ser la magia de una narrativa, la cual nos advierte en la alta noche? Si la monarquía no es guitarra eléctrica, guitarra acústica, bajo, batería, trompeta, saxo, teclado de piano o voz que labra la huella de los tiempos: ¿qué sol saldrá en la madrugada que no haya salido en el día?

Si la monarquía, en fin, no se parece a Elvis Presley, the Beatles, Ray Charles, Sam Cooke, Areta Franklin o John Lennon: ¿qué semejanza o parecido habrá entre Felipe VI y Bin Crosby, Paul Simon, Louis Armstrong o Frank Sinatra, o entre Leticia Ortiz y Billie Holiday, Janis Joplin, Nina Simone, Patsy Cline o Christina Aguilera? Si la monarquía no guarda en la Zarzuela la definición de sostenidos, bemoles o becuadros y no mima el recuerdo de Claudio Monteverdi y La fábula de Orfeo, Friedrich Händel y Música para los reales fuegos de artificio: ¿qué pregunta puede responder para que los poemas de Whitman sean caligrafiados en el manuscrito que se conserva intacto en la biblioteca de una madrugada desconocida? Si la monarquía no eterniza en la memoria de las emociones más íntimas Las cuatro estaciones de Vivaldi, las óperas y los conciertos: ¿qué día no será un largo año que se quede sin violín' Si la monarquía no es El arte de la fuga o la Pasión según san Mateo de Johann Sebastián Bach: ¿cómo invocaremos el paso del tiempo para compartir en silencio los libros más queridos, mientras Hamlet duda de sí mismo al ver los manuscritos en los anaqueles? Si la monarquía no admira la genialidad de Wolfang Amadeus Mozart, diciéndonos que las sinfonías son universos en la tersura de un misterio: ¿quiénes somos nosotros para seguir creyendo en lo que no podemos creer? Si la monarquía no versifica la primera sinfonía de Ludwig van Beethoven: ¿cómo podemos pensar que vamos a salvar el mundo entre marionetas que se conforman ccn ser sombras de sí mismas en la soledad que huye? Si la monarquía no diviniza el piano de Chopin labrando el infinito entre sílabas y rimas, que se suceden como estrellas, las cuales se abren a su paso: ¿qué iremos dejando atrás cuando las horas que han sido estén al otro lado del camino?

Podemos continuar preguntándonos entre la prótasis y la apódosis hasta que el cristal se rompa; mas debemos saber que la respuesta al presente y al futuro de la monarquía en España tampoco está en un tango de Gardel: ayer lo escuchamos y hoy lo recordamos: quiénes fuimos y cómo éramos. ¿Dónde está pues la salida del laberinto, si el reloj no es noche, ni día en el éxtasis de la tarde? En el chotis, queridos lectores y queridas lectoras. Si Felipe y Leticia se percatan de ello, el enigma habrá desaparecido, sin que nadie tenga que escribir un libro en el callejón del Gato. Si Felipe, vestido de chulapo, y Leticia, con el mantón de Manila y el pañolón, la música, que surge de un organillo, esquina calle del Arenal, con la puerta del Sol, dan tres pasos hacia atrás y otros tres hacia adelante, la monarquía caligrafiará las torres homéricas, sin temer al viento. Y más aún si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se ponen el chaleco, el pantalón de rayas y la parpusa o gorra de visera y cantan en los andenes del metro, entre Ópera y la plaza de Callao: «Cuando llegues a Madrid, chulona mía/ voy a hacerte emperatriz de Lavapiés; / y alfombrarte con claveles la Gran Vía, / y a bañarte con vinillo de Jerez».

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