Tribuna

JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

Escritor y periodista

GLOBALIZACION

Me Atraídos por las urgencias de lo cotidiano puede que estemos perdiendo la perspectiva de nuestro tiempo. Las tensiones partidistas y sus maniobras y miserias desgastan energías encaminadas a la lucha por el poder sin otros objetivos que puedan situar a los ciudadanos en la encrucijada actual. Desde una visión histórica, estas estrategias son apenas batallitas dieciochescas que no ayudan a entender la dimensión de los nuevos retos que se vislumbran en Europa y en el mundo. España es una anécdota y una singularidad con un toque estalinista y populista que según encuestas no logra espantar lo suficiente a propios y extraños.

Leyendo detenidamente los medios de información se puede deducir que ante nosotros se está librando una batalla que trasciende las fronteras nacionales y abarca la mayor parte del mundo. Finalizadas las guerras de exterminio del siglo XX se inició una larga etapa de estabilidad determinada por la voluntad de los vendedores de la última contienda. Los pilares que han sostenido este periodo de paz y prosperidad en las naciones del mundo occidental, se están mostrando insuficientes ante nuevas realidades que se hacen muy visibles con consecuencias de toda índole. Ningún periodo histórico ha sobrevivido sin alteraciones sustanciales que finalmente han alumbrado otra etapa nueva. El desgaste de EE UU, la potencia hegemónica que emergió tutelando los países democráticos del mundo, el crecimiento de nuevas potencias militares y económicas, singularmente China, la debilidad del dólar como moneda de referencia, la anunciada insostenibilidad de las energías derivadas del petróleo, la inseguridad interior y exterior provocada por el terrorismo yihadista, la presencia activa de los monstruos totalitarios; nacionalismos y comunismo, la influencia decisiva de las redes sociales e internet en la vidas de miles de millones de usuarios y otras causas han fomentado una guerra soterrada, sin tanques ni bombardeos, que está minando el mundo que hemos conocido. Una palabra nueva apareció hace décadas y ya forma parte de nuestro vocabulario cotidiano; globalización. Reconozco que no soy capaz de medir el alcance de su significado.

Tal vez haya expertos que pudieran explicar cómo este vocablo ha ido calando en la opinión pública mundial. Incluso puede que haya quien nos pueda aclarar hasta donde nos ha de llevar la globalización. Sin embargo sus efectos son visibles y cada día se hacen más evidentes en las economías de los países más desarrollados, en la relaciones sociales y en la actividad política donde el debate no distingue ideologías ni partidos políticos a la derecha o a la izquierda, actores de esta nueva realidad sin respuestas o soluciones que pudieran comprometer los respectivos votos.

Entre las nuevas realidades que perfilan el alcance de la globalización destaca una por su dimensión y sus efectos, la inmigración. El mundo desarrollado ha avanzado sin demasiadas perturbaciones en una curva de crecimiento sin pausa que ha repercutido en la calidad de vida de los ciudadanos beneficiados de la riqueza industrial, los avances de las tecnologías, la economía de mercado, las libertades y derechos democráticos, todo aquello que han sido las bases de un Estado del Bienestar. La revolución de las comunicaciones, primero la televisión, y más tarde la telefonía móvil, y todas las aplicaciones virtuales de internet han permitido que miles de millones de habitantes de los países más atrasados, singularmente en África y Oriente Medio, visualizaran en tiempo real otro mundo a su alcance. Nuestro mundo. Y circunstancias determinantes como las guerras que allí se libran, el terrorismo yihadista, las necesidades de toda índole y también el hambre, han decidido a millones de ellos a traspasar nuestras fronteras para acceder por cualquier medio a los beneficios acumulados durante generaciones en los países desarrollados, no solo Europa, también Canadá y EE UU.

En una pulsión elemental, es un sentimiento humano tratar de comprender la desesperación de quienes emigran en busca de un mundo mejor. Al margen de estos sentimientos que inspiran la solidaridad y la ayuda, surgen otros que establecen condiciones y sobre todo reclaman a los Estados la regulación de este tránsito regular y mayoritariamente irregular que traspasan las fronteras a veces con violencia con la complicidad de algunas organizaciones y gobiernos. Hay opiniones distintas y enfrentadas en los países de la Unión Europea. Y parece razonable que se abra un debate al respecto. Un debate sin hipocresías, sosegado y con fundamento que fuera capaz de dar respuesta a todos los que se sienten afectados por este fenómeno de la inmigración en todas sus vertientes. Las voces más enardecidas claman por la defensa y la calidad de los servicios públicos; sanidad, enseñanza, justicia, transportes, derechos sociales, vivienda, etc. qué según estos, se ven seriamente amenazados por la incapacidad real de incluir en ellos a millones de inmigrantes, muchos irregulares, algunos improductivos cuyas necesidades han de ser atendidas por los Estados a donde llegan. Se pueden utilizar palabras disolventes de la realidad, pero para la mayoría de analistas se trata de una invasión urgida sobre todo por las guerras y el hambre. Jamás se ha conocido una invasión de esta naturaleza. Y las invasiones, todas, son las adelantadas de los grandes cambios, incluso enfrentamientos porque hay quienes en defensa de lo que consideran sus derechos irrenunciables. no quieren asumir el coste de este fenómeno según ellos aparejado al deterioro inevitable de los servicios y prestaciones públicas.

La globalización es esto, asumir que en el mundo ya no existen fronteras, una nueva sociedad global dará forma a nuevas relaciones sociales y políticas. Para eminentes sociólogos y politólogos, las ideologías que dieron forma al desarrollo económico y social y al Estado de Bienestar desde mediados del siglo XX hasta ahora mismo, no parecen tener respuestas y soluciones a los posibles conflictos que podrían derivarse del multiculturalismo; la necesaria regulación jurídica de los derechos y obligaciones de quienes llegan, a veces enfrentados con los naturales de los países de acogida que sienten menoscabadas sus libertades públicas y privadas por la presión multirracial y multi religiosa.

Como todo lo nuevo, habrá que dar tiempo a que estas realidades que forman parte de nuestras vidas pudieran englobarse en la dinámica de una civilización encaminada a desaparecer. Será tarea de los gobiernos, sensibilizados con el fenómeno de masas que han de abordar decisiones que pudieran encajar los nuevos retos en pacífica convivencia bajo el respeto de la Ley, la cultura, tradiciones y costumbres de las sociedades de acogida. La globalización ya está aquí, y viene precedida de una clara decadencia de un mundo y una sociedad intelectualmente confusa ante los cambios que se anuncian como inevitables.

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