Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Inés Arrimadas no es Ryta Hayworth

Su oratoria en el parlamento catalán tenía elegancia, sintaxis, estilo, semántica, prosodia, semiótica, agudeza, creatividad, pasión, estética y ética

Inés Arrimadas no es Ryta Hayworth Inés Arrimadas no es Ryta Hayworth

Inés Arrimadas no es Ryta Hayworth

Con su melena simétrica, su pelo de Ryan Newman, su mirada de cine, su sonrisa alba y su voz de métrica y sílaba, Inés Arrimadas parecía más una musa de Garcilaso o Fernando de Herrera que una mujer de carne y hueso. Pero la jerezana no es Rita Hayworth, ni Audrey Hepburn, ni Hedy Lamarr, ni Judy Garland. Inés Arrimadas fue estrella de Hollywood y yo lo recuerdo ahora. Alguna vez, nos hizo pensar que lo suyo era la escena más que la política; el teatro, más que el poder; la poesía, más que la prosa; la música clásica, más que el heavy metal; el blues, más que el hard rock; el jazz, más que el rock psicodélico. En cierto tiempo, pudimos creer que era Malala Yousafza, Simone de Beauvoir o Frida Kahlo. Su oratoria en el parlamento catalán tenía elegancia, sintaxis, estilo, semántica, discurso, prosodia, semiótica, ingenio, agudeza, creatividad, pasión, estética y ética. Nos mostraba un (o una) selfi de originalidad y ensueño; de romanticismo y literatura; de novela y relato; de heroína y diva; de amanecer y luz. Mas, después de ganar las elecciones al independentismo, fue a buscar un camino, tal vez, opuesto. De este modo, dejó Cataluña, pero no eligió Ítaca como Penélope, sino Madrid de librerías y versos. Entre Montera y el café Gijón. Llegó el 10 de noviembre y el partido del color del budismo y de la naranja, de la esperanza en una derecha moderna y liberal, centrista y dialogante, aperturista e innovadora, titiló, por los errores de su líder; sombra de lo que fue; convertido, por mor de los bandazos y vaivenes, bamboleos y tumbos, en un titiritero y en un caricato, en un volatinero y en un juglar. Los cincuenta diputados quedaron en diez. Algo así como el milagro de los panes y de los peces, tecleado al revés. Rivera, quien algún día soñó con ser Kennedy u Obama, Adolfo Suárez o Felipe González, se tuvo que ir al chalé de la guapa Malú, de prisa y corriendo, bajo una tormenta, sin paraguas y sin impermeable. Contando hasta diez y restando de cincuenta y siete, como si no le hubieran dado la vuelta, al pagar la última copa en Joy Eslava, calle Arenal, camino de la puerta del Sol, cantando la rumba de Peret: «Mataron al gitano Antón. ¡Ay!, señores, qué penita, porque al gitanito Antón todo el mundo lo quería». Arrimadas, quien conserva maneras y figura, fotografía y belleza, le ha escrito una carta a don Insomnio Sánchez, en la cual le hace una propuesta. Un ofrecimiento más propio de un hada o una maga, una princesa de juguete o una muñeca de nieve, como si el presidente en funciones fuera un príncipe de un país lejano, un donjuán, un paje o un bufón, que se ríe de la ocurrencia, en lugar del lobo de Caperucita. Le dice en su carta, más propia de una administrativa que de una lideresa como Rosa Parks, que, si acepta la proposición, la suma daría doscientos diez diputados; como si don Insomnio se hubiera caído de un árbol, Casado se estuviera subiendo e Iglesias se hubiera transfigurado en un pájaro cantor, con plumaje verdoso, en el dorso, y amarillento, en la parte inferior. Es decir, en un chamariz. ¡La lleva clara doña Inés de Ulloa (¡perdón, Arrimadas!), entre el Tenorio, don Luis Mejía, Zorrilla y Pedro I el Resucitado! La que podemos considerar como presidenta de Ciudadanos haría bien en leer poesía jipi, escribir lírica beat, pasear por las avenidas del mundo con las palabras que fluyen, cuando el semáforo se pone en verde, y construir nuevos párrafos, hasta guardar en la memoria aquellos poemas de Allen Ginsberg. Mientras el tiempo se hace madrugada, Inés tiene que aprender a decir ¡hola!, ¡buenos días! y ¡adiós! de forma muy distinta a la reina Leticia. Puesto que fingir, en lugar de sentir, es más propio de una actriz de doblaje que de una mujer que sueña con la voz de María Callas y de Cecilia Bartoli. Pero ¿y si le dice al espejito mágico que quiere parecerse a Greta Thunberg? En el callejón del Gato hace muchos siglos que las horas no tienen dueño. Inés Arrimadas no puede ser una metáfora de Leticia, ni de Greta; sino, antes bien, un retrato de Clara Campoamor. O un poema de Rupi Kaur. Tecleando Bukowski, aunque parezca mentira, en las madrugadas locas de Twitter y coca-cola. Sin cigarrillos en la funda del móvil y la guitarra eléctrica del country resonando cuando clareaba el día.

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