Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Quo vadis, Inés?

Madrid arde y tú sigues sin percibir que las antorchas también arrasaron el templo de Júpiter y la casa de las vírgenes vestales. ¡El gran incendio de la Villa y Corte ha comenzado!

Quo vadis, Inés? Quo vadis, Inés?

Quo vadis, Inés?

Lhay enunciados que la historia esculpe en la lengua de Cicerón para que la literatura y el cine los caligrafíen y filmen como novela de Henryk Sienkiewicz o interpretación excepcional de Robert Taylor, como Marco Vinicio, y Peter Ustinov, como Nerón, ante la belleza radiante de Deborah Kerr, como Ligia: a quien podríamos definir con el verso de Borges: «una mujer no menos misteriosa que el universo». La belleza de las dos palabras latinas: quo y vadis, es una simbología anticipada de la sintaxis que se hace semántica ullmanniana en las páginas de lo que escuchamos en los minaretes de la leyenda, sin interesarnos qué dicen muecines o almuédanos. ¿Ha leído Inés Arrimadas la novela o ha visto la magistral película, dirigida por Mervyn LeRoy? Si no es así, está a tiempo la lideresa de Ciudadanos, ya que nunca es tarde si la dicha es buena: un refrán sabio que Juan Valera en El comendador Mendoza y Miguel de Unamuno en Abel Sánchez hacen brillar de la misma manera que un sol profético, la memoria. Sin embargo, ello no impide que surjan preguntas orteguianas: ¿No es cierto que la señora Arrimadas ha pasado del todo a la nada, tal hubiera dejado en el aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat la imagen de actriz, a pesar de que nunca fuera Deborah? ¿Hay alguien, por mucho que viva en la ficción, que considere que doña Inés tenga algo que ver con Mariana Pineda, Concepción Arenal, Elena Maseras, Clara Campoamor, María Zambrano o Federica Montseny? La respuesta es una negación, por muy disfrazada que esté con un microrrelato de los que nos quieren hacer creer que, al cabo de las generaciones, la jerezana fue reina por un día como la canción de Conchita Bautista.

¿Qué fue de aquella musa que sorprendió con el don hegeliano de la palabra, hecha silogismo, a tirios y troyanos, independentistas y moderados, hasta hacerlos aseverar que la nueva política había hallado el manuscrito original en un anaquel, el cual andaba perdido en el sigilo de los siglos? Donde habita el olvido, tal vez espera el libro de Rivera: naufragio de una prosa, cuya gramática no es, con certeza, la de don Samuel Gili Gaya o don Rafael Seco. La sucesora del novio de la guapa Malú nunca, por muy inspirada que esté su voz, podrá ser una fotografía de Carmen la Cigarrera. La novela de Prosper Merimée, 1845, la ópera de Bizet, la cual se estrenó en París en 1875, y la escultura del paseo Colón de Sevilla, 1973, de Sebastián Santos Rojas tienen una filosofía eterna, la cual solo pueden reflejar Triana y Sevilla: las dos asomándose al puente para ponerle métrica a la Maestranza.

Inés, quién te ha visto y quién te ve: aunque no haya obispo en la tierra que pueda decirte lo que le comentó el de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara, a sus fieles: «Habéis visto cómo pasó por aquí don Juan Padilla y cómo sus soldados no me dejaron gallina viva, ni tocino, ni estaca, ni tinaja sana». Se lo podrán decir, tal vez, muchos militantes a tu antecesor, pero no a ti, que lo mejor que puedes hacer es ir a la playa de la Caleta para recordarnos que La Habana es Cádiz con más negritos; Cádiz, La Habana con más salero. La Viña y el Mentidero: un amor, en la Habana y, otro, en Andalucía. Te equivocas si piensas en ser apéndice de Sánchez o muleta de Casado. Pero decir que sí y que no, al mismo tiempo, nunca será una habanera. Lo sabía Carlos Cano y lo sabe Antonio Burgos. Las olas de la Caleta preguntan por ti. Aun cuando no sea carnaval, ni te parezcas a Carmen la Cigarrera. Cuando hagas una parada en el alba de las playas de Zahara de los Atunes, pon el recuerdo en hora para inmortalizar la escena de Burt Lancaster y Deborah Kerr. De aquí a la eternidad. A lo mejor, sube Ciudadanos en las encuestas y Ulises vuelve a ti, como si fueras Penélope.

¿Quo vadis, Inés, mientras las intrigas arrojan Madrid a las llamas, de la misma manera que Nerón a Roma? ¿Quién toca la lira en el duelo al sol entre Sánchez y Ayuso, cuando el fuego político y el coronavirus son puñales por la espalda? ¿Con quién estás ahora, Inés? Madrid arde y tú sigues sin percibir que las antorchas también arrasaron el templo de Júpiter y la casa de las vírgenes vestales. ¡El gran incendio de la Villa y Corte ha comenzado! Antes, por el collado Aventino; ahora, por Montera y Callao. ¿Y Arrimadas? Leyendo el teleprónter, sin saber distinguir una naranja Navelina de otra Valencia late. ¡Y eso que, entre el estilete de Isabel y la daga de Pedro, iba para influencer!

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