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La práctica médica de Rodríguez Carreño (1)

  • Curación. Se muestra partidario, junto con consejos higienistas y alimenticios, de ayudar a la naturaleza en su lucha contra los gérmenes, y, por tanto, será favorecerla acabar con los mismos

La práctica médica de Rodríguez Carreño (1)

La práctica médica de Rodríguez Carreño (1)

Rodríguez Carreño se esfuerza por cubrir las necesidades sanitarias de la población, siendo consciente de los diferentes contextos en los que no se comparte la misma filosofía social. Asimismo, y en gran medida unido a lo anterior, la condición socioeconómica resulta determinante ante los problemas de salud. Vemos que la perspectiva es doble: subjetiva y objetiva, esta última taxativa en una sociedad desigualitaria.

Nuestro médico se muestra partidario, junto con algunos consejos higienistas y alimenticios, de ayudar a la naturaleza en su lucha contra los gérmenes, y, por tanto, será favorecerla acabar con los propios gérmenes que la alteran, tratando de evitar su difusión y propagación. Propugna mejorar el acondicionamiento de los establecimientos y edificios públicos, guiado, en muchos casos, por un espíritu altruista, sin olvidar que estos, entre otros lugares, son considerados por algunos tratadistas como fuentes de miasmas, por lo cual se procura introducir en ellos las mejoras necesarias para preservar la salud del «cuerpo social».

Rodríguez Carreño se mostró contrario a las sangrías, sobre todo por el abuso de ellas

Respecto a los «tratamientos curativos», considera que en «la gente del campo las sangrías... producen ventajosos resultados... pero en el trabajador de la sierra (el minero) el método referido (sangrías) no es conveniente por lo común». Un hombre bien informado como era Rodríguez Carreño, conocería la literatura médica sobre el asunto: el texto, que tal vez inicia en España la polémica de las sangrías, de Jorge Gómez De ratione minuendi sanguinem in morbo laterali, Toledo 1539; el nuevo método curativo empleado por los médicos cordobeses en la peste de 1682, y sus diferencias con la terapéutica tradicional de las sangrías; y la obra Disputa epidémica. Teatro racional, donde desnuda la verdad, se presenta al examen de los ingenios. Tesis en que se ventila el uso de los alexifármacos sudoríficos. En el principio de las malignas de año 84, Valencia, 1685, de Juan Nieto de Valcárcel, máximo representante de esta nueva corriente crítica de la medicina moderna, con una «postura asistemática de base empírica», la cual proponía utilizar sudoríficos en lugar de las sangrías.

La polémica sobre esta cuestión se mantiene, incluso fuera de los círculos estrictamente médicos. El 25 de junio de 1784, el «cura propio de la única parroquial» de la villa de Orgaz (Toledo), contesta al Interrogatorio del cardenal Lorenzana y, entre otras cosas, dice: «yo no repruebo generalmente las sangrías, bien conozco su utilidad y aun necesidad en muchos casos, pero abomino que se haga un abuso tan grande de ellas, que se coloquen en la clase de remedio universal para todos los males... José de Mora, natural de esta villa de Orgaz y vecino de Yébenes, el cual ejerció, por algunos años, la facultad de cirujano en el hospital de Argel, y, es de advertir que si alguna vez se le ha llamado para la curación de esta enfermedad (carbunco) y ha sabido que al enfermo lo han sangrado, no quiere poner mano en la curación».

Los escritos de Manuel Rodríguez Carreño lo muestran dentro de la sólida tradición terapéutica, puesta en circulación por los médicos desde tiempo atrás, y recurriendo a otra fuente: la que se alimenta en el rico empirismo de la medicina popular. Igualmente manifiesta su excelente preparación como higienista y experiencia en termalismo, cuando se ocupa del diagnóstico, tratamiento y terapéutica a seguir para lograr los efectos curativos con las aguas minerales de Guardias Viejas.

Las mejoras propuestas para los citados Baños no debieron hacerse realidad, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, a pesar de haber pasado a ser propiedad particular, situación que nuestro médico consideraba era la idónea para lograr la consecución de las mismas. En 1887 el estado de las instalaciones del Baño mineral de Guardias Viejas, propiedad de Felipe Luque Chozas, son «muy malas, por cuyo deplorable estado, así como por la falta de conocimientos exactos de estas aguas, se hace necesario inspeccionarlas detenidamente para eliminarlas del catálogo oficial, si no son susceptibles de adquirir condiciones reglamentarias» (Anuario Oficial Estadístico de las Aguas Minerales de España, tomo IV-1887, Madrid, 1888). El número de «concurrentes», que en 1858 oscilaba en tomo a los 600-700, era en 1884 de 164 (121 «clase acomodada», 42 «clase pobre» y 1 «clase de tropa»), y en 1893: 177 (128 «acomodados», 45 «pobres» y 4 «tropa»).

La acertada descripción, desde todos los puntos de vista, hecha por Rodríguez Carreño del «Establecimiento Minero-Hidrológico de Guardias Viejas», pone de manifiesto que su estado en 1859, a pesar de necesitar reformas, distaba abismalmente de la lamentable situación existente a comienzos del siglo XIX, según la «Noticia de la situación de los Baños de Guardias Viejas», inserta en la obra del doctor Juan Bautista Solsona, Examen de las aguas medicinales que se hallan en el Reino de Granada, Almería, 1824.

«Los Baños de Guardias Viejas distan por su oriente siete leguas de Almería, dos de Adra por poniente, y muy poco del mar por el norte. Hallándose en la playa, dentro de una piedra, cubierta de un arenal, que no puede ser más molesto. Se llama así por un castillo que está más abajo, como dos tiros de bala, y el camino fatalísimo.

Su entrada parece a la de un pozo, sin brocal, ni otra defensa; y por veinte y cinco escalones, inclinados al poniente, con mucha incomodidad, y, medio arrastrando, se baja a el agua, que se contiene en un socavón oscuro, muy poco extenso y profundo, a manera de una artesa, cavada en la referida piedra, que es particular, y de la que puede venirle la virtud.

Dicha piedra comienza un poco más arriba de la boca, a donde están los baños, y sin levantarse mucho, se va extendiendo hasta algo más abajo del castillo, en que dentro del agua sobresale una pequeña risca. Es muy dura y compacta, con algunos puntos relucientes, pero no despide chispas, su color como de hígado y su olor de azufre; siendo muy pesada, y variedad (me pareció) de aquella que llaman Wallerius: Calcareus Micans. spec. 50.

Sobre por dónde entra y sale el agua hay sus altercados, como sucede en las fuentes medicinales con los que van a usarlas, y desean saber de adónde les viene su virtud. Pero supuesto que estos se hallan tan cerca del mar, y cuatro o cinco varas más bajos que su nivel ¿no podrá rezumarse y estar parada como en los pozos?

Su calor, en la escala de Reaumur es de veinte grados sobre cero. Estando muy hedionda, así por el gas hidrógeno, pues altera el color de la plata, y puede venirle de la referida piedra. Como también por la corrupción y podredumbre inaguantable, que llega hasta ser un hormiguero de gusanos, y tan turbia por las inmundicias y carbón de los hachas con que entran, que no la pude ver clara, por más que la colé varias veces, asegurándome los que allí residen sería todo en balde, mientras no se desaguase, para lo que ninguna proporción había entonces. Por todo lo cual tuve que sobreseer de su examen, a pesar de que deseaba asegurarme de si eran ciertas las noticias que tenía de su virtud, en los afectos cutáneos, reumatismos, perlesías, clorosis, hemorragias, y demás vicios locales que vengan por debilidad a personas gráciles, calientes y robustas. Debiendo confesar que hay a favor muchas razones de congruencia: así los tales enfermos, si su estómago no es melindroso, podrán acudir a ellos, cuidando de que se desagüen y limpien lo más a menudo que pueda ser. No hay más acogimiento que el castillo, y como no sea grande, y se halle guarnecido de la correspondiente tropa, sólo puede contar con él alguna otra familia, que logre favor y no sea larga. Teniendo que acomodarse los demás en chozas a la inclemencia, y pasándolo malísimamente si hacen vientos que muevan aquel arenazo, tan abonado para ello, y peor con el calor. También me han asegurado, varias personas que han concurrido allí, haberse aumentado el agua y su calor con los terremotos, pero no las he vuelto a ver después de esta novedad, que quizá está exagerada, como sucede en otras fuentes de las que me han dicho lo mismo, y he hallado no ser así».

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