Semana Santa

‘La Pasión según San Mateo’, de J. S. Bach

  • Requiere una orquesta bien dotada de bastantes y buenos profesores y un doble coro a los que Bach confía su impresionante riqueza inventiva y su dominio de la técnica compositiva, todo al servicio del texto bíblico

Un músico interpreta ‘La Pasión según San Mateo’, de J. S. Bach.

Un músico interpreta ‘La Pasión según San Mateo’, de J. S. Bach. / Efe

Desde los primeros siglos de la cristiandad, la narración evangélica dramatizada de la Pasión de Cristo ha constituido uno de los momentos centrales de la liturgia de la Semana Santa. En el ámbito musical, el género de la Pasión encuentra su culminación en la figura del compositor alemán Johann Sebastian Bach, que nos dejó para la eternidad “La Pasión según San Mateo” una de de las obras más portentosas y sublimes que haya creado el ser humano. La podemos comparar, además, con la grandeza de esa sinfonía de formas que dan vida a los frescos de la Capilla Sextina.

El oyente, tras su audición, se queda conmocionado, se siente liberado de la vida terrenal y asciende hasta el reino de la libertad absoluta, experimentando el estremecimiento sensual de verse sumido en un mundo superior donde se logra percibir el origen divino del alma humana. Este drama de la Redención, de la Vida y de la Muerte, se ha comparado de manera muy acertada con una perfecta catedral gótica: sombras profundas en las bóvedas, bellas fugas de líneas y de colores en las vidrieras, voces que se elevan en paralelo para entrelazarse en las crucerías; recogimiento y elevación, luz y armonía; y, al fondo, un retablo multicolor.

El oyente se queda conmocionado, se siente liberado de la vida terrenal

La “Gran Pasión”, como la llamó Anna Magdalena Bach, con sesenta y ocho movimientos, algunos de gran extensión, requiere una orquesta bien dotada de bastantes y buenos profesores y un doble coro a los que Bach confía su impresionante riqueza inventiva y su dominio de la técnica compositiva, todo al servicio del texto bíblico más importante de la iglesia de la Reforma.

Fue interpretada por primera vez el Viernes Santo de 1727 en la iglesia de Santo Tomás, cuando Bach llevaba ya cuatro años en Leipzig. Una gran partitura no solo debido a sus enormes dimensiones formales, sino a la complejidad de su composición, a su maestría técnica y al nivel de exigencia que plantea su ejecución, que excedía todo lo conocido hasta la época en materia de música sacra.

Cien años de olvido

Parece difícil comprender que en la época de Bach nadie sintiera el entusiasmo y el goce estético que hoy nos produce la audición de tan impresionante partitura. Tras la muerte del compositor, su música cayó en un profundo silencio. En el año 1829, un siglo después de su composición, el joven Félix Mendelssonhn, devoto admirador de la obra de Bach, rescató la partitura del olvido, convirtiéndose muy pronto en canon estético de la piedad religiosa en su grado de mayor sublimación.

Pero sucede que el rescate de muchas de estas obras del barroco se hizo en general con criterios que poco tenían que ver con las ideas originales y los resultados eran bastante discutibles. Resulta incomprensible de gran falta de rigor en la lectura de los manuscritos de J.S. Bach. Las consecuencias se han hecho sentir hasta que bien entrado el siglo pasado, importantes musicólogos lograron una comprensión profunda del concepto estético de estas obras dentro del contexto cultural de su época. No se trata de interpretar a Bach de un modo inhumanamente aburrido y pretendidamente fiel hasta el horror. La búsqueda de la autenticidad no está reñida con una pasión y entrega entusiasta, incluso no tiene por qué implicar necesariamente el empleo de instrumentos de época.

Hay un gran número de excelentes grabaciones disponibles en el mercado de esta obra maestra, pero debemos tener en cuenta los criterios interpretativos elegidos en cada caso. Una auténtica demostración de poderío musical, que siempre conseguirá fascinarnos y a la que acudimos fielmente, años tras año, durante la Semana de Pasión.

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