Almería

Virgen del Mar (VII): Tomás I, conclusión

  • Clasismo. Mientras las encopetadas damas de pamelas y miriñaques almidonados ocupaban los balcones del recorrido, el pueblo llano acompañaba a pie a la Virgen sobre andas de Santo Domingo al Malecón

Virgen del Mar (VII): José Tomás Iº, conclusión

Virgen del Mar (VII): José Tomás Iº, conclusión

En su novela Tomás 1º (1902), José Jesús García (escritor, abogado, líder republicano y director del diario El Radical), prosigue narrando la procesión de la Patrona por el Malecón en los albores de la pasada centuria:

La aristocracia (a diferencia delo pueblo llano) procurábase en cambio estancia más cómoda y apacible que la caldeada acera. Lo más chic, elegante y admirado de Pinares (Almería) tenía su puesto de honor en los engalanados balcones de la calle Mayor (Real), de los cuales hacía el apiñado concurso de las damas inmensos y artísticos maceteros con la abigarrada florescencia de sus sombreros. Por la enarenada calle paseaba la pollería masculina envuelta en un calor de horno que la abrasada tierra emanaba, flechando a las muchachas y haciendo tiempo en tanto la procesión no venía (...)

La veneración del inquieto pueblo sería mucha, muy honda y bien sentida; pero el piquete de la Guardia Civil tenía que ir delante barriéndolo todo y abriendo paso, para que las santas imágenes pudieran penetrar sin peligro en el corazón de la irreverente muchedumbre. Al piquete seguía la dolorosa rastra de los niños del Hospicio; el desecho de la hembra mundana sorprendida por la fecundación; la carne arrojada en el misterio del torno de la Inclusa. La caridad oficial los había señalado con el uniforme gris de los presidiarios, y la Hermandad de la Virgen acababa de convertirlos en mecánicos candeleros colocando entre las manos de cada niño una encendida vela.

A continuación de los niños del Hospicio, seguía la masa anónima: la turba multa de vegueros y vegueras luciendo el traje dominguero, y entre ella descubríase alguna que otra devota que hollaba la arena con sus desnudos pies, o bien lucía la desgreñada cabellera sobre la espalda cual si estuviere pronta a ofrecerla a la excelsa Madre de los Mares.

Contratando con la limpia miseria de la comitiva, la Santa Patrona ofrecíase allá en el fondo de la avenida rodeada de luces que en el claror de la tarde parecía muerta, cercada de morados y redondos canónigos, y con la carita morena presa en el lujoso rostrillo de brillantes que la circundaba. Mirándola, descubríase en ella el gesto de la más desconsoladora amargura. Parecía haber penetrado en el secreto de aquella descreída y aristocrática muchedumbre que con tan mundana indiferencia la contemplaba. La enojada imagen iba lentamente resbalando calle abajo sobre sus andas; y aunque de vez en cuando caíale sobre su corona una menuda lluvia de flores deshojadas, seguía y seguía sin alzar sus ojos hasta los balcones, como si ante la profana curiosidad de las damas sintiera humano y mortal menosprecio. En cambio tendía su mirada triste y amorosa, como una caricia, sobre aquella indocumentada sarta de seres que ante su trono marchaba en silencio. En presencia de sus tribulaciones y de su muda fe, sentíase invadida de profunda lástima y hondo enternecimiento.

La Virgen ofrecíase allá, en la sombra de la lejanía; brillante y esplendorosa como ascua de oro; venía contenta (de regreso al templo). Las mil luces de su trono revivían en el anochecer… De la asombrada bahía y del florido Mirador partía gran multitud de rápidos cohetes que cruzaban sus cintas de fuego en las alturas envolviéndolo todo bajo una bóveda de luz. Era el momento psicológico de la gran fiesta. El tostoneo de los fugaces voladores nutrióse y menudeó un instante. El entusiasta clamoreo de los fieles y el rumor del oleaje elevándose como un grandioso salmo que ensordecía el aire; y, por encima de todo ello, en lo alto del Hospital de la Magdalena estalló el eco dulce y melodioso de una grandiosa Salve que, mecida en alas del viento marinero, ora se alejaba, ora volvía sobre el acordado y majestuoso hervor de la compacta muchedumbre. Por la espalda de aquel descreído Pinares cruzó el escalofrío de los sobrenatural por un momento.

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