Almería

Sin cartas, ni siquiera de amor

  • Los buzones en la comarca del Levante ya tienen programada su obsolescencia al no recibir cartas porque tampoco se escriben

Tienen programada su obsolescencia. Los buzones. Ya no reciben cartas porque ya no se escriben cartas. Llegará el día que las viviendas se construyan sin bocas postales, no habrá con qué alimentarlas, serán inservibles, todo lo más algunos perdurarán en museos antropológicos, esos de tradiciones y costumbres. A fecha de hoy, a lo más a lo más, Hacienda, los bancos, la financiera de El Corte Inglés más alguna empresa despistada, cultivan el buzoneo. "Espero que al recibo de la presente estén bien. Yo, bien también, g. a. D.". Así, más o menos, comenzaban las cartas, aquellas cartas de cuando se leían en voz alta con la familia en corrillo. Una carta escrita en papel rayado por cosa de no ladear los renglones, redactada con gramática sencilla, legible para los destinatarios que no, que al recibo de la presente alguno no estaba bien porque las cartas llegaban aunque tardaban en llegar y en el entretanto aparecían indisposiciones.

La carta tenía mucho de uno o de una: el pulso de la caligrafía en algunas palabras o frases que dejaban leer entre líneas; el color de la tinta indicaba el momento de una pausa prolongada en la escritura; el bolígrafo acuchillaba el papel con según el enojo o la alegría del instante; un par de letras borrosas eran señal inequívoca de una lágrima que se podía tocar. Algunas cartas fueron predecesoras de los emoticonos de hoy: lágrimas, el carmín de los labios, el perfume, los puntos suspensivos…, las xxx, todo un arsenal de signos y maneras añadidas a las palabras para sujetarlas, afianzarlas o dejarlas volar.

Muchas de las librerías/papelerías atesoraban un surtido variadísimo de papel de carta y de sobres. Colores, figuras, olores, formas, lisas, con rayas, con línea de margen, con dibujos, con frases impresas, un mundo que hablaba también de la posición social: existía el papel de carta con el escudo nobiliario impreso o el nombre del remitente. Un universo que exteriorizaba asimismo la suntuosidad o el placer de escribir una carta.

En la época del desarrollo español un portal sin una batería de buzones era un portal sin clase, sin estilo. Las plaquitas con el número de buzón y puerta eran grabadas con pulcritud. No faltaba la tarjeta con el nombre de todos los miembros habitantes del hogar. En las viviendas unifamiliares el catálogo de buzones era tan amplio y variado como la imaginación de cada uno de sus moradores. Buzones con campana, buzones arabescos combinados con el gótico, tipo caseta de pájaro, forjados con caras de animales, el buzón chalet o el buzón villa, efectivamente, los que llevaban un tejadillo, e, incluso, ni eso: un boca cartas en la puerta. No era fácil escoger un buzón, no, aquello decía mucho de uno.

Con la falta de cartas sobraron carteros. Los repartidores de cartas eran personajes conocidos, queridos por la mayor parte de los vecinos. La cara del cartero era en sí misma el preludio del contenido de una carta. También lo era de la Navidad con lo del aguinaldo. Si el cartero pasaba de largo, malo. Si paraba y te hacía firmar un papel con membrete rimbombante, malo también. Sin embargo, la mayor de las veces era un sofoco de alegría lo que el cartero depositaba en la mano o en la portería si la casa era de cierto postín.

Ni cartas, ni buzones, ni carteros. Y sin embargo, las personas se comunican, nos comunicamos, más que nunca. Sin contar con el silbo canario, hoy se dispone de una infinidad de ingenios con los que se transmite al instante cualquier cosa, privada o públicamente. Así son los tiempos y así se debe tomar, además no hay remedio. No obstante, por mucha inmediatez, por mucho emoticono, por mucha fotografía que llega diariamente a los dispositivos portátiles, tabletas, smartphones, hay quien suspira por recibir una carta manuscrita aunque sea por error.

Tags

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios