Como es tradicional, en agosto abrimos un paréntesis en nuestras colaboraciones semanales en el Diario al objeto de descansar y reordenar ideas. Máxime en este malhadado año en que el Covid-19 nos ha metido a todos las cabras en el corral. En el adiós temporal recurro a una añeja costumbre de los festivales flamencos: la ronda final por fandangos. Aunque la localidad donde se desarrolla la historia no está en estos días para batir palmas.
Andalucía es en esencia cantaora e individual. Para cada estado de ánimo y situación tiene dispuesta una copla: ora alegre, ora triste. En Almería el rol se reproduce igualmente de norte a sur. Aunque, en mi particular opinión, el Poniente y La Alpujarra se llevan la palma: de Adra a las cimas de El Chullo y El Almirez. Conocida la cita de Gerard Brenan cuando su visita a Adra al recalar desde Yegen (“por las noches oíamos el punteo de una guitarra y el lamento del cante jondo, mientras la luna ascendía por el horizonte…), disponemos asimismo de otros documentos inéditos en la historiografía (pre)flamenca almeriense.
Es el caso suscitado por el prendimiento (1811) en Dalías de los hermanos Domingo, José y Ramón Fernández, gitanos, acusados por las tropas francesas del robo de un mulo y trasladados a la prisión de Roquetas. En el expediente en cambio se afirma que habían observado buena conducta, trabajado en la siega, acarreado leña, esquilado bestias y, lo más significativo ahora, “enseñado a tocar la guitarra a los hijos de personas condecoradas de este Pueblo”. O las quejas del vecindario de Berja ante los alborotos promovidos por un criado payo del marqués de Ynizar, cantando al amanecer por las calles coplas andaluzas y tañendo su guitarra o vihuela. El tercer antecedente musical lo debemos al gaditano Emilio Castelar, quien, tras viajar por estos lares, escribía (1874) en un diario sevillano:
Una noche oí en Almería, a orillas del mar, que apenas movía sus olas; a la luz de las estrellas, en medio de ese silencio de la naturaleza que parece recogerse en sí misma para elevar una oración, una voz que cantaba:
Dos negros esclavos tengo
¿quién me los quiere comprar?
los vendo por hechiceros,
porque no saben amar
Ni contigo, ni sin ti,
mis penas tienen remedio:
contigo porque me matas,
y sin ti porque me muero
Otra tarde paseaba yo por el estrecho valle de Dalías, en el camino de Berja. Acabábamos de atravesar el campo que media entre Roquetas y Dalías y que se parece a un desierto, mucho más en el mes de agosto, cuando la siega ha cortado las mieses y el sol tostado todas las yerbas. El cielo clarísimo, sin una nube; la tierra pelada, sin un árbol y el mar inmóvil sin una ola, traían a las mientes las descripciones de la Palestina, de la ardiente tierra donde se ha mezclado tantas veces la sangre de los árabes y de los cristianos. Cuando llegué a la garganta de Dalías, cuando gocé la grata sombra proyectada por las montañas, cuando cogí las frutas que tocaban casi en mis manos, inclinando con su peso las ramas, cuando un claro arroyo serpenteaba entre los pies de mi caballo. Y sin embargo, allí, en aquel sitio delicioso, oí a un joven viandante esta canción, inolvidable por su tristeza:
Ya no tengo quien me libre
más que la triste campana
en muriéndome esta noche
me entierran por la mañana
Oscuras galerías
Los yacimientos de plomo de la primitiva Sierra del Sol fueron conocidos por fenicios, romanos y árabes. Aunque no sería hasta 1820 cuando iniciara su etapa de máximo esplendor, al permitirse su explotación por particulares, sin obligación de vender la galena extraída –conocida como “alcohol”- a las Reales Fábricas del Presidio de Andaráx o Alcora (Canjáyar). El crecimiento demográfico corrió parejo a su auge económico; poblándose el agreste paisaje de una ingente masa de jornaleros llegados de localidades próximas y lejanas: más de treinta y cinco mil.
Bendita Virgen de Gádor,
que estás al pie de la Sierra,
reza por los minericos
que están debajo de tierra
Hombres curtidos que posteriormente lo bajarían hasta Adra en intensas jornadas de acarreo, a la fábrica de San Andrés, dedicada a su fundición y deplatación en modernos hornos ingleses. A ella arribaban largas recuas de mulos y borricos (en número superior a ocho mil) con sus serones repletos del preciado metal. Y en el camino, ventas acogedoras donde guarecerse del sol y la lluvia, de reponer fuerzas. Espacios de sociabilidad propicios al trasiego de anís, vino, coplas al aire y rasgueo de guitarras como bálsamo a las JORNADAS de arriería.
Gaceta de Madrid
Mi apreciado amigo Andrés Sánchez Picón me remitió en su momento una valiosa información. Su contenido me reafirma en la certeza de que un fandango almeriense propio y definido fue el origen y principio del subsiguiente desarrollo estilístico de los Cantes por Tarantas, erróneamente nominados como de Levante o de las Minas. por primera vez se precisa, a modo de partida de bautismo, que los mineros cantaban “alegres fandangos” al uso andaluz o nacional, aunque con acento propio. Corría 1850 cuando la Gaceta de 1º de julio publicaba una noticia bajo el epígrafe “Variedades”. Optamos por reproducir en su literalidad los párrafos que atañen a esta crónica DOMINICAL:
“De Berja (Almería) escriben lo siguiente con fecha 24:
El regular precio a que se ha vendido el alcohol, y los varios y ricos descubrimientos hechos en Sierra de Gádor, con especialidad en La Loma de la Breva, hasta ahora improductiva, en la varada que acaba de finar, ha vuelto la alegría y la animación de que hace tiempo carecía este país a consecuencia del estado de decadencia en que hacía algunos años se encontraba la industria minera.
En estos días hemos visto, como en los mejores tiempos de la minería de Las Alpujarras, numerosos grupos de mineros que llegaban a esta población en busca de los encargados de las empresas mineras en que aquellos habían trabajado para percibir el sueldo a cada uno señalado, según la penosa tarea a que por el término de seis meses han estado dedicados. Por el color de sus mugrientos vestidos se distinguía fácilmente el paraje de dicha sierra en que aquellos han trabajado, cuyo singular contraste demuestra sobradamente la variedad de las capas en que están envueltos estos criaderos minerales.
La natural alegría que en estos días se nota en la clase proletaria da mayor vida y animación a esta villa, en la que a todas horas recorren las calles de ellas considerables cuadrillas de jóvenes jornaleros, que al compás de sus guitarras y castañuelas entonan a su manera el alegre fandango y otras canciones andaluzas a que naturalmente son tan aficionados.
Sin embargo de tan inmensa concurrencia, ni el más pequeño incidente, ni aún en aquellos que son frecuentes entre la gente pobre cuando tiene dinero, ha alterado el público sosiego, ni exigido que las Autoridades adopten otras medidas que las de ordinario; bastando sólo la vigilancia de la Guardia Civil, que sin descanso ha trabajado para ofrecer la mayor seguridad en los caminos a los transeúntes”.
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