Ninja Turtles: Caos mutante | Crítica

A la nostalgia por el cachondeo

Una imagen de esta nueva entrega de las Tortugas Ninja.

Una imagen de esta nueva entrega de las Tortugas Ninja.

Si un día me dicen que a los 52 años iba a estar viendo películas de las Tortugas Ninja… Y lo que me queda. Pues no sólo eso, viéndolas y pasándomelo estupendamente. Así es la vida y, por suerte, así son o deben ser estos reinicios y relanzamientos para nuevas generaciones que miran al pasado con respeto e interpretan el presente y sus coyunturas con inteligencia y mucho cachondeo.

Porque hay aquí mucho respeto y cariño por los orígenes ochenteros de esta saga de superhéroes paródicos y comepizza creados por  Kevin Eastman y Peter Laird, al tiempo en que Seth Rogen y Evan Goldberg (Supersalidos, Superfumados, La fiesta de las salchichas), porque son ellos los que han decidido resucitarlos una vez más contra toda moda o pronóstico comercial, los llevan al terreno de la iconoclastia animada marca Spider-man, puro delirio y virtuosismo visual underground acompañado de una banda sonora de antología, y, sobre todo, los dotan de una autoconciencia cándida, freudiana y liberadora en una divertida y entretenidísima aventura para salvar una vez más a humanos y mutantes (con una deslumbrante Super-fly al frente) desde las alcantarillas a los rascacielos de Nueva York.

Su guion despliega generosidad paródica, diálogos ingeniosos, oído para el argot callejero adaptado a los tiempos y su cultura pop y toda una serie de referentes de consumo interno que hacen de este Caos mutante un auténtico festín de estímulos para públicos veteranos al tiempo en que conecta perfectamente con ese descreído público juvenil que no termina de fiarse de las resurrecciones de los mitos o se avergüenza de las camisetas de fin de semana de sus padres cuarentones. O cincuentones.