Sembrando sueños | Crítica

El público siempre tiene la razón

Los hermanos Joaquín y Serafín Álvarez Quintero durante una retransmisión radiofónica en los años 30.

Los hermanos Joaquín y Serafín Álvarez Quintero durante una retransmisión radiofónica en los años 30.

Resulta curioso comprobar cómo en este retrato documental reivindicativo y casi hagiográfico de los Álvarez Quintero (Serafín 1871-1938; Joaquín 1873-1944), el compadre Alfonso Sánchez (El mundo es…) pone bastante empeño en proyectar a los famosos dramaturgos de Utrera en creadores contemporáneos que, como él mismo, han triunfado entre el gran público a pesar de los recelos de la crítica o los prejuicios de quienes miran de reojo su sentido de la comedia popular.

Mucho empeño y aliados de lujo, ahí están Santiago Segura, José Mota, Alfonso Guerra, Arturo Pérez-Reverte y expertas como Marta Palenque o Lola Pons, para reivindicar lo que, a estas alturas, ya parece reivindicado, a saber, el lugar preeminente de los Quintero en la escena teatral española de finales del XIX y el primer tercio de siglo XX, su popularidad sin competencia, el reconocimiento de propios y ajenos que, de Cernuda a Azorín, cayeron rendidos a la “carpintería” de sus libretos, a su prolífica producción de más de 200 títulos (comedias, sainetes, dramas, zarzuelas…) y a su buen hacer con la palabra, el habla o los tipos extraídos de la Andalucía más tópica en obras como El genio alegre, Malvaloca, Las de Caín o Mariquilla Terremoto.  

Sembrando sueños parece buscar en la vida más pública y sabida (quedan algunas incógnitas más íntimas por revelar) de estas dos “buenas personas” unidas en una sola pluma el ejemplo más sólido de la entrega a ese noble arte de hacer reír a las masas con un humor blanco en una España que se acercaba peligrosamente al abismo de la guerra civil.

Tal vez para contrarrestar el entusiasmo, Sánchez hace como que reúne a su troupe para discutir a los Quintero, sacar el arsenal de agravios y críticas de ayer y de hoy, del tipismo costumbrista conservador al rol de sus mujeres. Lee algunos pasajes de sus textos, busca en las hemerotecas y archivos el material original y selecciona de los especialistas aquello que interesa para el discurso. Todo en orden. Sin embargo, se olvida de lo más importante: mostrar el fruto del talento y el gracejo quinterianos más allá del montaje de escenas cinematográficas de las muchas adaptaciones de sus obras. Escuchamos la voz de los hermanos en grabaciones de la época, pero lo que no vemos ni escuchamos nunca es el verdadero arte escénico que los convirtió en los autores (fundadores de la SGAE) más conocidos, representados y aplaudidos del teatro español del siglo XX.