Una escritora en la cocina | Crítica

La vida como ‘vichyssoise’

  • Entre el arte culinario y la ciencia cotidiana de la vida, Laurie Colwin ofrece un libro amigo que se lee y se degusta al alimón

Laurie Colwin (1944-1992).

Laurie Colwin (1944-1992). / DS

La crítica la consideró de esta guisa: he aquí la voz elegante, honda y sutil de la clase-media neoyorkina; he aquí nuestra Jane Austen de Manhattan. De Laurie Colwin (1944-1992), malograda a edad temprana (48 años), se ha dicho lo mejor que se puede decir de un escritor o una escritora: que tenía una voz propia. Muchos quisieran doblar la servilleta con este epitafio. Editora y traductora del yidis (Isaac Bashevis Singer), autora de relatos y colaboradora en prensa, Colwin exploró en sus libros los asuntos del corazón y las relaciones sentimentales con todas sus lascas (Asteroide, con su buen olfato, ha publicado también de la autora Tantos días felices y Felicidad familiar).

Si bien aparecido en 1988, ahora nos llega en español este recetario culinario hecho con masa madre. Una escritora en la cocina contiene literatura, memoria y vida. Está hecho, en fin, para disfrute de quienes, como la autora, consideran que hay que cocinar con alegría y sin complejos, como quien hace el amor o como quien se desdice de sus firmes principios y los cambia sin problema alguno a lo Groucho Marx. Queda ya dicho que la voz de Colwin fue apreciada por su elegancia, lo que quiere decir que resaltó también por su sencillez.

En el prólogo del libro, Milena Busquets (tras años de impericia culinaria ahora confiesa que “progresa adecuadamente” con recetas de primeros auxilios), sugiere que un buen escritor no necesita de grandes temas para rematar un gran libro. Es el resultado, en fin, del presente libro y vademécum. Dice Colwin que la cocina, como tantas otras cosas, es un regreso a la infancia. “Cuando la gente se mete en la cocina, suele hacerlo con el bagaje de la niñez”. Si hoy no somos del todo los platos que comimos de niños, sí es seguro al menos que somos los platos que vimos cocinar a nuestras abuelas, madres o tatas (el hombre entre fogones era antaño un bulto sospechoso).

A la vez que una receta, cada capítulo es un divertido jirón de vida y una anécdota (Verdura sí, con disimulo, A solas con una berenjena, Cómo eludir las barbacoas, Cocina fácil para almas extenuadas, Cenas vomitivas. Mi testimonio, El relleno del pavo. Una confesión, etc.). Colwin se confesaba hogareña. Seguro que compartiría que no hay mayor libertad que decir no a una pesada invitación para cenar fuera de casa.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios