Ian Gibson. Hispanista

“Todos somos, de adultos, víctimas de nuestra infancia”

  • El biógrafo de García Lorca o Antonio Machado aborda ahora su propia semblanza en 'Un carmen en Granada', una obra con la que ganó el Premio Comillas

Ian Gibson, fotografiado en una reciente visita a Sevilla.

Ian Gibson, fotografiado en una reciente visita a Sevilla. / Antonio Pizarro

Después de escribir las biografías de García Lorca, Dalí, Antonio Machado o Buñuel, Ian Gibson (Dublín, 1939) repasa ahora su vida en Un carmen en Granada. Memorias de un hispanista dublinés (Tusquets), un trabajo con el que obtuvo el Premio Comillas. Un libro que arranca en el año 65, cuando Gibson viaja a la ciudad de Lorca y empieza sus pesquisas sobre el poeta, y que se remonta al pasado, hasta una infancia austera marcada por la religión. Un retrato que la añoranza no edulcora: "El hecho", confiesa en sus páginas, "es que jamás me he gustado". 

–Cuenta que llevó al colegio unos soldaditos de plomo que había pintado  su hermano y que se atribuyó el mérito. Se retrata como alguien necesitado de admiración...

–No me avergüenzo de decirlo, ¿para qué mentir? Yo era el segundón, mi hermano me llevaba cinco años y era el favorito de mi madre, y yo quería ser el número uno de mi familia. Un día me dije: Voy a contar mi historia para los amigos españoles, porque en inglés no quiero que salga este libro, que hay gente de la que hablo que sigue viva. Si escribía sobre mí debía enfrentarme a la verdad: que busco que me admiren, que me hagan caso.

–No es muy indulgente consigo mismo. Se define como un privilegiado al que el dinero de la familia le hizo la vida más fácil.

–No lo oculto, sin el dinero de mi padre no habría podido hacer lo que hice. Él me dio muchas cosas y financió mis estudios. Era muy  buena gente, ayudaba a los pobres, trataba de practicar el cristianismo y creo que lo consiguió a su manera... pero tuvo un matrimonio muy infeliz, sin escape posible. Mi familia pertenecía a una secta metodista y eso marcó nuestras vidas.

–Otros recuerdan su niñez como un paraíso, pero usted no, precisamente.

–¡Uf! A mí los domingos me resultaban insoportables. Había que ir al sermón, con aquellas viejas... Vivíamos en una austeridad terrible y teníamos prohibido pasarlo bien. Los domingos no podíamos coger la canoa, por ejemplo. Leíamos mucho los Evangelios, y yo nunca encontré ninguna orden de que hubiese que aburrirse para complacer a Dios... Pero era nuestro estilo de vida. Mi padre firmó de adolescente un documento en el que prometía que no bebería una gota de alcohol, y murió sin tomarse una copa.

–Pese a ese tedio usted no recuerda a sus progenitores con rencor.

–No, porque todos somos, de adultos, víctimas de nuestra infancia, y es así para todos los seres humanos. Ellos nos educaron según sus convicciones. Yo, por mis orígenes, y es algo que cuento en el libro, he sido siempre muy vergonzoso, he sentido mucho pudor.

–Llega a decir que el rubor es "una de las claves" de su identidad.

–Sí, me sonrojaba por todo, y me ha ocurrido toda la vida. Eso es fruto de la educación que tuve: el cuerpo estaba prohibido, cuando hablábamos se usaban eufemismos, todo era ocultar y ocultar... 

"No me avergüenza decir que siempre he buscado la admiración de los demás. ¿Por qué voy a mentir?”

–Escribe en el libro: "Se dice a menudo que los irlandeses y los españoles se parecen mucho en el aspecto de la envidia. Tiendo a pensar que es cierto".

–Bueno, no lo tengo tan claro, pero alguien le preguntó a Joyce cuál era el pecado nacional irlandés, y respondió que la envidia, y aquí Unamuno y Ortega dijeron algo parecido de los españoles. Quizás sólo haya que mirar el entorno para entender que es verdad: ahí está el Partido Popular, que no puede aceptar que Pedro Sánchez sea más alto y más guapo y haya conseguido todo lo que ha conseguido en Europa.   

–Una de las primeras referencias que tiene de España fue siendo un muchacho, cuando un ornitólogo, Michael Rowan, le relata su viaje al Coto de Doñana.

–Sí, aquel hombre me habló de cómo los ánsares se comían la arena de las dunas para hacer la digestión. Aquello me impresionó. Era mi pájaro favorito, y por ese especialista supe que pasaba los inviernos en la desembocadura del Guadalquivir... Esa historia me influyó para que años después, cuando llegué al Trinity, estudiara español. Yo iba a ser catedrático de Francés, pero para la licenciatura había que aprender otro idioma, y lo preferí al italiano. El departamento de Español era pequeño, pero brillante. Yo había leído con entusiasmo a Baudelaire, a Eliot, pero al conocer a Lorca sentí que había encontrado a mi poeta.

–Entre otros episodios usted recuerda la dramática historia de Alan, su hermano gay y bipolar.

–Sufrió muchísimo, mi hermano. Entonces en Irlanda la homosexualidad se llevaba en secreto y con mucho dolor, como también sucedía en España. Por fortuna los dos países han evolucionado mucho en este sentido. Supongo que la figura de mi hermano influyó para que yo me sintiera tan cerca de Lorca. Es representativo que el hermano pequeño del poeta, Francisco, publicara un libro donde no se mencionaba ninguna vez que fuera homosexual. ¡Y eso que el libro se titulaba Federico García Lorca y su mundo!

–Usted ha escrito numerosas biografías, pero al abordar la suya se ha encontrado con un problema: que esta vez no tenía tanta documentación.

–Tenía la memoria, y la memoria falla. Dalí y Buñuel, al escribir La vida secreta de Salvador Dalí y Mi último suspiro, recurrieron a la imaginación cuando no tenían datos, no pisaron la hemeroteca. Pero yo quería ser honesto conmigo mismo, contar sólo la verdad.

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