Análisis

carlos colón

¿Acaso no matan a los caballos?

Celebrar la ley de eutanasia como un triunfo en la lucha contra el dolor es de un cinismo repugnante

El derecho a morir sin dolor está garantizado por los avances en cuidados paliativos. Este sí que es un derecho básico, primario, esencial, humanitario. Que en España no se respeta porque las administraciones no dotan de los recursos necesarios pese a las advertencias de organismos internacionales y nacionales. Hace cuatro años la Asociación Europea de Cuidados Paliativos (EAPC) advertía que "no se entiende que, siendo una área reconocida y acreditada en la mayoría de los países de nuestro entorno, además de un derecho de los pacientes en el final de la vida, los profesionales en España sigan después de 20 años sin una acreditación que reconozca su experiencia y dedicación a la atención integral al final de la vida". El año pasado, según el Atlas de Cuidados Paliativos en Europa, "más del 50% de los españoles no accede a los cuidados paliativos" a causa de "la falta de desarrollo de esta especialidad que nos sitúa en la cola europea".

Celebrar en esta situación de graves carencias la aprobación de la ley de eutanasia como un humanitario triunfo en la lucha contra el dolor en la última etapa de la vida es de un cinismo repugnante. Claro que quien padece sufrimientos intolerables sin un horizonte de curación prefiere que lo maten. La cuestión es que con los actuales medios este drama es evitable, que la sanidad española no está en condiciones de ofrecerlos y que la solución adoptada es la que se aplica a las bestias: matarlas para que no sufran. "¿Acaso no matan a los caballos?" grita un personaje desesperado -en este caso por las humillaciones y la miseria- en la dura novela de Horace McCoy del mismo título. En el paquete, además, entra el suicidio asistido para ayudar a quien, aun no hallándose en una situación terminal, no quiere seguir viviendo por sufrir gravísimas limitaciones. Un derecho que se ha planteado extender -caso holandés- a personas sanas hartas de vivir.

Se aplica a quien lo solicita y a nadie se obliga, dicen sus defensores. ¡Faltaría más! Daríamos otro paso hacia el nazismo -de los muchos que el socialconsumismo está dando- si se matara a los pacientes sin su consentimiento, como sucede en el aborto. A un feto no se le puede preguntar si desea o no seguir viviendo y nacer. Se le mata por decisión de su madre, que lo considera una parte no deseada de su cuerpo, algo -como dijo Cristina Almeida- comparable a un quiste.

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