Análisis

gonzalo alcoba Gutiérrrez

Amor intempestivo. las confesiones de un novelista

Es habitual (y de agradecer) que los novelistas consagrados se aparten del género que profesan para rememorar y convencer a sus lectores de su ordinaria humanidad. Además de ser una generosa ofrenda a terceros, las memorias de un literato sacian el ansia de éste por hallar un espacio propio en la atención del público; la necesidad de ser conocido como personaje y no solo como creador; la esperanza de poder desnudar por fin, ante quienes solo conocen sus subterfugios, las inquietudes que lo embargan, sus secretos (o una parte de ellos). Ser, ya no un dios caprichoso, que puede dar y quitar vida a seres imaginarios, sino, él mismo, una de esas criaturas sujeta a los manejos de la Fortuna, como todo hijo de vecino. Así, tal vez, el narrador vestido de memorialista puede abandonarse a las imperfecciones sin miedo a no ser perdonado.

Pero Amor intempestivo no es un libro de memorias, sino una pura novela, en la que Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) cuenta su historia, la propia, con la sincera crudeza con que habría podido crear a todos sus héroes y antihéroes. Para ello, se arma de su sentido para la ironía, se blinda contra toda condescendencia y se entrega al juicio del tiempo con el ánimo de entender su viaje y el de la generación de escritores de los sesenta, la "generación intempestiva", siempre "fuera de tiempo y sazón". Reig relata sus años de experiencias acumuladas, transcurridos con el horizonte de una obra maestra que habría de surgir espontáneamente, sin más plan que el golpe fortuito del genio y que solo la vida desmiente.

Da la impresión, sin embargo, de que el autor, durante el proceso creativo, es persuadido por su propia obra y, mientras escribe esta novela ágil y lúcida, se va instalando en él la convicción de la futilidad del éxito alcanzado, nunca plenamente satisfactorio. Reig acompaña al lector hasta el núcleo de su reflexión y le brinda una confesión franca, sin patetismos ni excesos líricos, que no se detiene frente al escándalo; un expurgo de sus tiempos pasados, donde sea la frivolidad o el amor, la ansiedad o la indolencia toman su parte en la formación de su carácter hoy. El lector juzgará sus corolarios, pero no se puede discutir que para esculpir un autorretrato así se requiere coraje, como lo precisa también quien se detenga a contemplarlo: el de leer es, sin duda, un oficio arrojado.

*Juez

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