Análisis

José mª requena Company

Antonio Cambil, Señor del Aire

Lo diré de entrada, directo y a lo llano, como le gustaría decirlo a él (aunque acaso lo que le gustaría es no haberlo tenido que decir nunca, pero esto es lo que hay, querido Antonio): ha muerto Antonio Cambil Jiménez, el hijo del repartidor aquel de cervezas Alhambra de los cincuenta, como se enorgullecía recordando sus orígenes. Y luego el empresario de éxito que solo desde su talento y su trabajo se convirtió en el Señor del Aire de Almería, en uno de esos empresarios modélicos, nunca bien honrados en nuestra sociedad, que sin más impulso que su peritaje industrial en aquella infravalorada Formación Profesional de la época laboriosa de Franco, a la que tanto adeuda la modernidad nacional, alzó una marca líder en el ámbito del aire acondicionado y la calefacción industrial, Sistemas de Calor, desde la que creó decenas de puestos de trabajo, formó a docenas de técnicos y marcó un modelo profesional de referencia en el sector, que luego, con la ayuda ya de sus hijos han sabido expandir a nivel nacional.

Un granaino de cuna y roquetero de corazón, cuyo sentido socarrón de la vida, lo invirtió sabiamente en buscarle sentido a la vida alegre, en positivo, sin dejar de trenzar día a día, en cada eslabón (léase también, pálpito) con los que fue encadenando su vida: casarse por amor, solo por amor, con su gran amor de adolescencia, María Luisa Montoro y con su entrega sin respiro a cuidar de su familia y de su gente, que éramos casi todos los demás. Pero más allá de su excelencia personal y empresarial, este Señor de los Aires que nos abandonó, a su pesar, el sábado día 12, deja un legado de bonhomía y coherencia vital realmente singular. Para los que tuvimos la fortuna de tratarlo, nos queda, además de la imagen del excepcional amigo sonriente, otras huellas imborrables, como la de su gusto por la ironía, mundana y metafísica, de su adición al ingenio, triunfante pero también del estrellado, y al cultivo del buen humor capaz de reírse, vaya, hasta de su buena sombra. En ese aspecto, bien está que se haya ido primero, porque aunque sea inconsolable la pena de su ausencia veremos de paliarla con el consuelo de haberlo conocido y disfrutado en vida. Y, sobre todo, porque algunos, muchos de sus amigos, abrigaremos la esperanza de que algo nos irá preparando allá donde se encuentre (hablo del cielo, claro, sea eso lo que sea), donde estoy seguro que nos recibirá sonriendo, porque la sonrisa era su expresión más genuina e indeleble, cuando arribemos ya más tranquilos por saber que nos encontraremos un buen clima y aire puro asegurado, además de un buen convite a punto, para festejar el reencuentro. Así que tú, amigo mío, vete enfriando el fino y dorando el arroz, vale, pero sin prisas, ¿eh, Antonio?, tú sigue a tu aire pausado y no te preocupes, que llegar llegaremos todos, uno detrás del otro, pero sin agobios, tío, y échale algo de paciencia, vayamos a leches… Y descansa siempre en paz, querido amigo, te lo mereces.

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