La estupidez humana no conoce límites y desgraciadamente el fútbol es, desde hace ya muchos años, un escenario idóneo para que un más que considerable número de individuos, de esos carentes de luces, lo deje claro. Quizás las cifras de contagios por COVID-19 están bajando, hay motivos para tener la esperanza de que en 2022 muchas cosas podrían volver a la normalidad, pero a día de hoy seguimos inmersos en una maldita pandemia que se sigue cobrando en este país la vida de decenas de personas diariamente. Es entendible que hay ganas de salir a la calle sin mascarilla, de reunirse con familiares y amigos y brindar con alegría, de celebrar una Navidad en condiciones o de dar abrazos y besos hasta desgastarse. Somos humanos, tenemos deseos y todos, absolutamente todos, queremos recuperar nuestras vidas de antes, pero eso no será posible, o se retrasará más de la cuenta si no hacemos casos a las normas sanitarias. Nos guste más o nos guste menos, supuestamente se han confeccionado los protocolos para arrinconar al coronavirus. Ver las imágenes previas al derbi madrileño me puso mal cuerpo, porque no entiendo como se le puede ir tanto la cabeza a la gente, como un partido de fútbol puede hacer que cientos de aficionados salgan a la calle a alentar a los jugadores de su equipo, con la que está cayendo, que no respeten las distancias y que, para colmo, tampoco se lleven la reprimenda de las fuerzas policiales que luego van multando por ahí al primer pobretico que se baja la mascarilla un minuto. La verdad, hay cosas que no entiendo. El balompié genera una pasión indescriptible, pero ya sabemos que las pasiones pueden tanto sacar lo mejor de nosotros como lo peor. A veces es bueno recordar que está muy bien apoyar a nuestro equipo, pero que al fin y al cabo es un deporte, solamente un deporte. ¿Merece la pena jugarse un contagio para encender una bengala al paso de un autobús cuando medio país está en casa por seguridad y respeto? Para la mayoría de ciudadanos está claro que no es ni de lejos un motivo para arriesgarse, pero hay muchas cabezas huecas.

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