No es agradable para nadie encajar quince o veinte goles en un partido, sobre todo si se trata de niños o adolescentes. La solución es compleja, aunque la regla número uno debe ser la del respeto. No son pocas las ideas en fútbol base cuando se miden dos equipos tan desigualados, como jugar a pocos toques u otros miniobjetivos dentro del propio partido, probando también aspectos nuevos, sin entenderse esas actitudes de entrenadores -formadores- de un equipo de fútbol 7 insistiendo en una presión alta con dos dígitos ya en el marcador y el equipo contrario sin salir de su área sólo para sacar de centro. Eso sí, recibir una goleada jornada sí y jornada también sin estar en la división más alta de la categoría tiene nombre y apellidos, el mismo que el del club en cuestión. En más de una, dos y tres ocasiones la entidad prefiere no molestar a la Federación para renunciar a la plaza y descender antes de empezar el campeonato en pos de una mayor formación de los jóvenes futbolistas. El club elige estar en una división mayor por el supuesto prestigio que le da sin importarle esa formación de la que hace gala (al final todos son 'niños cuota') ni el otro prestigio que le otorga goleada tras goleada. Sin embargo, cuando las derrotas abultadas ocurren en la última división ya entrarían más las cualidades de los futbolistas. Es comprensible que haya numerosos equipos de niños a los que esto le ocurre jornada tras jornada y temporada tras temporada. ¿Pero es normal que a un conjunto cadete o juvenil le metan 20 goles en la división más baja?, ¿a un adolescente de 16 años le gusta recibir más de 15 tantos?, ¿a un futbolista le hace gracia golear de manera tan abultada, sin aprender prácticamente nada?, ¿no debería buscar el club una solución alternativa como llegar a acuerdos con entidades con similar problema y programar amistosos en los que la igualdad provoque un mayor aprendizaje?

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