Cada tanto tiempo, y últimamente más que el que me gustaría, trato de explicar situaciones de la vida cotidiana o de la vida en general, tirando de fútbol. Una de mis teorías preferidas es la de los momentos. La vida está compuesta de momentos. En el fútbol, un partido dura noventa minutos. El momento más esperado de un encuentro es el del gol. El gol es el mejor momento. Si hay muchos goles, mejor, pero no hay goles durante todo el encuentro. Hay minutos basura donde no pasa nada. Hay momentos favorables para unos y momentos favorables para el adversario. Esos momentos deben ser aprovechados para convertir y conseguir el triunfo. No se vive del empate ni de la derrota; se vive de aprovechar los momentos. La vida, así como el fútbol, está repleta de momentos. La vida está llena de momentos buenos y malos y en nuestra mano está la decisión. La polémica de la semana pasada, una vez más tiene que ver con el seleccionador nacional de fútbol y con momentos. Hace unos meses, razones por todos conocidas, obligaron a Luis Enrique a abandonar temporalmente la conducción del equipo. No se fue del todo y por ello, momentáneamente quedó al frente un miembro de su staff que en este caso era Robert Moreno. Moreno, hasta junio de este año, era un auténtico desconocido para los aficionados. Quedó a cargo del equipo y digamos que fue uno de los responsables de la clasificación que en su fase inicial enfrentó a temibles rivales como Islas Feroe, Malta, Noruega o Rumanía. Moreno pensó que era su momento. Que las circunstancias de la vida le habían otorgado una oportunidad que tenía que aprovechar. No pensó en nadie más que en él y ni siquiera reparó en las circunstancias que le auparon accidentalmente como técnico de España. No pensó en su falta de contraste, en su inexperiencia ni siquiera en lo que le deparará una competición más exigente. Solo pensó en su momento.

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