Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

¿Nueva normalidad?

Recuerdo que durante las primeras semanas de confinamiento por la crisis del coronavirus era inevitable hablar, sobre todo en las videollamadas que eran nuestra única vía de escape cada día, de lo que nos iba a cambiar la vida a todos tras la tormenta de la COVID-19. Parecía que ya nada iba a ser como antes, que entraríamos en un mundo extraño, el que tendríamos que hacer un gran esfuerzo todos y cada uno de nosotros para adaptarnos a las nuevas circunstancias. Pedro Sánchez llamaba a esto "la nueva realidad". Quitando que ahora las mesas están más separadas en los bares, que los pubs tendrán que esperar un poquito más para volver a abrir, que por fin nos lavamos las manos y que el fútbol tendrá que jugarse sin público, en lo único que se ve que verdaderamente ha cambiado la rutina diaria de la gente es en que ahora los bolsillos están tiritando. Esa es la cruda nueva realidad, la de la incertidumbre de los ERTE, la del cabreo de los autónomos que tendrán que bajar su persiana para siempre y la de los despidos que vendrán en unos meses cuando se acabe definitivamente el estado de alarma en España. Desde mi punto de vista, el resto de cosas sigue exactamente igual, y lo que cambiara en los dos meses de cuarentena, ya está volviendo poco a poco a volver a ser como era hace cuatro meses. La única diferencia que hay ahora con respecto a junio de 2019 para tomarte unas tapas es que ahora, además del paquete de tabaco y varios móviles, hay sobre la mesa un botecito de gel hidroalcohólico. Y por no hablar de los gestos cariñosos al tercer tercio de cerveza. Lo mismo ocurre con la playa, bajamos más ordenados, respetamos más la distancia pero hacemos prácticamente las mismas cosas que el año pasado. Eso sí, sin duchas (algo que sigo sin entender). Cada tarde, aunque por recomendación sanitaria aún no se podía, numerosos chavales han estado jugando al voley y al fútbol sobre la arena desde hace semanas. La vida empezaba a abrirse paso, quizás de una forma un tanto inconsciente, hacia una nueva realidad que solamente se diferencia de la vieja en un trozo de tela puesto sobre la nariz y la boca.

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