De la indiferencia a la emoción. Esa fue la mutación de un equipo sin argumentos contra la Real Sociedad y otro que volvió a ser el que nos tiene acostumbrados en casa frente al Atlético. Actitud y personalidad de un colectivo, pero encarnada en varios protagonistas de una forma u otra. Todo en un día en el que los focos estaban puestos en el Almería por el rival que visitaba el Estadio de los Juegos Mediterráneos.

En la portería, Fernando Martínez necesitaba tener un día de puerta grande. Todo lo acontecido con el asunto Pacheco siempre colocaba en el punto de mira al guardameta murciano. El domingo disipó las dudas con una actuación sobresaliente. Determinante con tres grandes paradas y dándole velocidad al juego rojiblanco, algo que no estaba realizando este curso. Esa rapidez en las transiciones son una bendición para otro de los elegidos.

Lucas Robertone, del que siempre hablábamos de lo infravalorado mediáticamente que está, aprovechó esta cita para situarse en el panorama futbolístico nacional. Su asistencia en el gol de El Bilal, sus trece recuperaciones y un sinfín de detalles técnicos y tácticos deleitaron al respetable en una nueva exhibición del mejor jugador esta campaña del equipo de Rubi. Su importancia en el centro del campo ya es crucial para los indálicos.

En esta sala de máquinas, ya dábamos por perdida la temporada de Samú Costa. En otra reivindicación personal, ésta más importante si cabe, el luso completó un encuentro que se ajustaba a su medida por el contexto. Supo aprovechar a las mil maravillas un planteamiento rival que le dejaba recibir sin presión. Desde el flanco izquierdo, permitiendo las subidas de Sergio Akieme, el pivote ajustó y dio pie a que el equipo se alargara más sobre el terreno de juego. Fue un punto, aunque el sabor de boca que dejó fue mayor. Otros de esos puntos de inflexión a lo largo de la temporada de la Unión Deportiva Almería, pero, sobre todo, la reivindicación de las individualidades.