éramos muchos los que mirábamos con preocupación esta temporada. Se avecinaba la Segunda más exigente que se recuerda y el Almería la encaraba con un austero proyecto y con una política de fichajes más impuesta que deseada, debido a un presidente decidido a no hacer ningún desembolso económico y encantado con la idea de amasar el dinero recaudado con algunos de sus mejores jugadores. Esta actitud, sumada a los pésimos años encadenados, nos hacía dudar. Nos hacía tener muy poca fe, para qué vamos a engañarnos. Durante los primeros partidos el equipo acusó esa falta de calidad. Sin embargo, poco a poco Fran Fernández ha conseguido forjar un conjunto rocoso, valiente, veloz, voraz y decidido que nos ha hecho ver todo de otra manera. Es difícil saber cuánto mérito tiene el entrenador almeriense en todo esto, pero oscilará entre mucho y muchísimo. Sorprendentemente, sin que nada se haya conseguido aún, sin que ni siquiera se haya completado un cuarto de Liga y sin que el equipo haya pisado puestos de playoff, ha aparecido el aficionado corbata. Ya saben, ese que sale a la luz en los buenos momentos y que se oculta cuando los días son laboriosos, infructuosos e incómodos. Igual que el complemento, usado habitualmente en grandes ceremonias, en reuniones importantes o en actos institucionales, pero guardado en el armario cuando de hacer reformas en casa o de ir a comprar el pan se trata. Sí, ahí están ellos. Los aficionados corbata. Recordándote que tú no confiaste en este proyecto y que ellos sí. Que escribiste tal cosa o que a veces parece que quieres que el equipo vaya mal. No obstante, también hacen gala de una generosidad sin límites y te dejan subir al barco del optimismo con ellos. Cuando vengan mal dadas, regresarán a su armario, y volveremos a quedar los de siempre. Esos que este verano cometimos el terrible pecado de no entregar nuestra confianza a un gestor que lleva años jugando con ella. Seremos muy malos, pero no distinguimos entre cambiar una bombilla o acudir a la ópera. Allá cada uno.

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