Mañana acabará uno de esos torneos que te dejan marcado. Hace tiempo que dejé de otorgarle literatura a este deporte que cada vez te ofrece más desengaños -cosa de la edad, supongo- y te brinda menos ilusiones. No obstante, todo lo sucedido estos últimos meses, incluso años, parece haber sido guionizado por el más inspirado Tarantino para otorgarle un final rocambolesco. Un giro solo propio de excéntricos directores. Porque el fútbol parecía estar muriendo. Nos habíamos acostumbrado a equipos timoratos, a árbitros caricaturescos que desquician al aficionado, a pérdidas de tiempo infinitas. El VAR, lejos de arreglarlo, añadió más barro. Más parones. Más esperas. Más decisiones raras. Más enfados. Lógicamente, la COVID no mejoró la cosa. Nos prohibieron acudir a los estadios. Se acabaron las rutinas familiares, los ratos con amigos, las previas, esos ambientes que se quedan grabados. Todo se esfumó. El fútbol tenía menos alma que nunca. Y, de pronto, llegó la Eurocopa. Y la acogimos con escepticismo. No queríamos más decepciones. Para colmo, no había gran cosa a la que agarrarse a nivel futbolístico. La mayoría de grandes selecciones parecían estar de capa caída y la presencia de 24 participantes aportaba una morralla que muchos no teníamos ganas de ver. Pero el torneo empezó, y resultó que todos los equipos querían ganar. Que nadie salía a verlas venir. Que no se marcaba un gol y se acababa el choque. No se perdía tiempo. No se especulaba. El VAR funcionaba. Una herramienta apenas intrusiva con decisiones rápidas y, casi siempre, justas. El público volvió y, con él, las previas, los cánticos y los desplazamientos. De nuevo diversión, nervios, ilusión. De nuevo fútbol. Y nos ha gustado tanto que nos da miedo que termine. Porque da la sensación de que esto es irreal. Como volver de vacaciones y darte de morros con la rutina. Regresarán las ligas domésticas y la Eurocopa se irá. Como un amor de verano. Pero no la olvidaremos, porque nos ha recordado que el fútbol se puede recuperar. Solo es necesario que queramos hacerlo.

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