Este 30 de octubre, Diego Armando Maradona cumplió sesenta años. En medio siglo de vida pública el 10 nos ha ofrecido distintas facetas, siendo protagonista de todo o casi todo. Capaz de lo mejor y lo peor, en términos futbolísticos la gran mayoría de la gente prefiere recordarlo y adorarlo, porqué no, por lo que fue capaz de hacer dentro de un campo de juego. Brilló en el Mundial Juvenil de Japón donde se consagró campeón del mundo siendo estrella internacional. Protagonista indiscutible del Boca campeón del ´81. Héroe nacional después de marcarle dos goles a Inglaterra en México ´86, uno con la mano y el otro, el mejor de todos los tiempos.

Comandante de la revuelta del sur italiano elevando al Nápoles a lo más alto de los cielos, consiguió los únicos dos scudettos del club en toda su historia. Subcampeón en una pierna en Italia ´90, el Diego es hoy para una gran mayoría de argentinos, lo más parecido al padre creador. Argentinos Juniors, Barcelona, Sevilla o Newell´s Old Boys, también tuvieron al ídolo entre sus filas aunque con menor fortuna.

De eso se habla un poco menos, pero forman parte del currículum del astro devenido en DT. Maradona a estas alturas es Abraxas, es Dios y el Diablo al mismo tiempo. Todo en uno. Ambos actuando según el estado de ánimo y del momento. Amigo de Chávez, privilegiado refugiado en la Cuba de Fidel lleva al Ché tatuado en el brazo, jugó con Menem, salió al balcón con Alfonsín, le regaló su camiseta a De la Rúa y lloró a Néstor Kirchner. Compartió club con Mauricio Macri, vota a Alberto Fernández y a Cristina de dice "La Jefa".

Es que sesenta años dan para mucho y el que no tenga muertos en el ropero, que arroje la primera piedra. A Maradona no hay que pedirle coherencia. A Diego la gente le pidió esperanza, aquello que nadie ha sabido darle al pueblo argentino. Se le pidió pertenecer, inclusión, eso que hoy está tan de moda, por necesario. Maradona, a su manera, fue lo que otorgó. Por eso la gente cree en Dios.