Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

La cochera de enfrente

Un par de veces al mes, más o menos, aquel técnico llegaba con sus herramientas para trabajar bajo la atenta mirada de algún que otro propietario que siempre culpaba de los desperfectos sufridos a los críos que correteábamos por el barrio. La moderna puerta de aquella cochera que pusieron justo en la acera de enfrente a la de mi portal, en la curiosa calle Gibraltar Español, siempre estaba dando problemas. Era la primera vez que los niños de mi manzana veíamos un ascensor para coches, por lo que desde el primer día llamó nuestra atención, despertó nuestra inquietud de conocer cómo sería su funcionamiento y también la de comprobar cómo sonaría un balonazo sobre esa nueva chapa color verde oscuro. Sí, la llamativa puerta de entrada a aquella cochera, que era corredera y se abría de forma mecánica, ejerció de portería una tarde tras otra durante nuestra infancia, soportó los goles de unos cuantos zapilleros con churretes y despertó de la siesta, por cómo sonaba el impacto de la pelota sobre ella, a muchos vecinos que solían llamarnos la atención. Cuando eso ocurría, agachábamos la cabeza y buscábamos refugio en un parque que había a pocos metros, pero al día siguiente, allí estábamos de nuevo, dispuestos a pagarles los estudios universitarios, sin saberlo nosotros aún, a los hijos de aquel técnico al que el presidente del edificio tenía que llamar porque la puerta de esa moderna cochera se quedaba atrancada cada poco tiempo. Mientras ese trabajador trataba de solucionar el problema, los de la pandilla pasábamos por delante con el balón bajo el brazo, haciéndonos los despistados, como si no supiéramos que aquellos fallos que solía dar la puerta de entrada a aquel ascensor de vehículos, en gran parte, eran por culpa de nuestros goles por la escuadra tras comernos el bocadillo de salchichón con mantequilla al salir del colegio. Por suerte hoy en día existen muchos más campos de fútbol que antes para jugar sin romper nada, aunque da pena ver cómo las calles son cada vez más silenciosas, sin balonazos sobre chapas metálicas, cómo se vacían de las sonrisas de esos críos que daban trabajo a los técnicos.

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