El fútbol es una fiesta y los partidos, por eso, se juegan los domingos, cuando no se libran entre semana. José Gomes entiende este deporte como un espectáculo y se viste de 'domingo'. El portugués saluda cada partido de los suyos con traje azul, camisa blanca y corbata a juego. Unos zapatos de tafilete, nada de deportivas, siempre cómodas pero poca estilosas, completan el atuendo. Él se viste para la ocasión y lleva camino de revestir al equipo de un estilo propio. El luso ha puesto la cabeza, la idea, y los Lazo, Villar, Cuenca y compañía le tienen fe y la defienden. Creen en la apuesta y apuestan por lo que hacen. Se sienten capacitados. Y en verdad, lo están. Su circulación de balón es fluida, aunque si acaso les sobra algún pase. Tocan, tocan y vuelven a tocar con criterio, así hasta los 1.116 pases de los dos primeros partidos. Se les nota cómodos y lúcidos, pero contra el Sporting, les faltó lucidez y mucho colmillo. La Segunda es tozuda y no admite eufemismos. Especial y específica, lo bonito es lo contrario de lo bueno en esta categoría donde el juego va por detrás del resultado. La destrucción prima sobre la construcción, más lenta. El poder físico gana al saber y la victoria es el único motivo festivo. Se compite para ganar y la unidad de medida es el gol. El más certero es el triunfador. El juego ha de ser efectivo para no caer en un defecto efectista. La UDA puede correr el peligro de jugar como los ángeles en 88,5 metros de campo y perderse en los 16,5 finales. Es el rojiblanco un grupo que empieza muchas jugadas, pero que no acaba tantas. Tiene laterales que ventilan por los costados, ladrones de balón y filósofos que ponen su inteligencia al servicio del bien general, pero falta -o faltaba- el cazagoles/ matador/ finalizador. El delantero que levanta acta, quien corta el bacalao.

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