Hace unos días el técnico del Real Madrid, Zinedine Zidane, en rueda de prensa, reivindicó ante algunos periodistas su derecho a dirigir. Es más, su derecho a soñar e intentar competir en lo que queda de temporada. Estamos en enero y queda un mundo para terminar el campeonato, ya de por si accidentado. En plena pandemia lesiones y positivos, el francés sospecha, no sin razón, que alguien le está moviendo la silla. En el planeta fútbol la memoria es corta y ya nadie se acuerda que este equipo, como bien subraya Zizou, anteayer se consagró campeón de liga y actualmente es uno de los perseguidores del Atlético de Madrid, puntero del campeonato. A Zidane hace rato que le tienen ganas, pero si alguien se ha ganado el derecho a dirigir, es él. Llegó en 2016 a al Paseo de la Castellana para reemplazar a Rafa Benítez. En este tiempo (con intervalo) ganó once títulos. El Real Madrid se consagró tres veces campeón de Champions, ganó dos mundiales de clubes, dos Supercopas de Europa, dos ligas y dos Supercopas de España, todo ello en 209 partidos disputados; es decir que ha levantado una copa, cada diecinueve encuentros. Ahora que las sensaciones son peores que los resultados, aunque no es la primera vez, ya hay quien le busca sustituto. Le critican la formación, pero cuenta a día de hoy con una plantilla de catorce jugadores disponibles. La eliminación de Copa del Rey en manos del Alcoyano, le ha puesto en entredicho. Pero no ha pasado lo mismo, o no se le ha medido con la misma vara, al míster colchonero, cuyo equipo también ha sido eliminado por un segunda B, en este caso el Cornellà. Por lo tanto todo se reduce a una cuestión de vibraciones. El equipo no transmite buenas sensaciones, y en eso se parece a casi todos los de la liga. El conjunto ha perdido partidos inusuales, como les ha pasado a todas las escuadras europeas. Pero a Zidane le piden que haga magia, que jueguen quienes no están y si no, que se vaya.

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