No son estas líneas el resultado de algo premeditado. Tampoco es intención de su autor circular en sentido contrario al del resto, en plan kamikaze por la A-7. Me asiste el derecho a la duda porque, entre otras cuestiones, no se puede probar. Por eso, y por nada más, se trata de una intuición. Me refiero a la no presencia de público en los estadios por culpa del maldito bicho. La creencia mayoritaria, respetable por su número y por la libertad de pensamiento, es que los equipos en general se ven afectados sin el ánimo que les insuflan sus seguidores desde el graderío. Creo que eso es así, pero no en todos los casos. La UD Almería es uno de ellos. El aliento siempre ayuda y nunca sobra. Motiva y aumenta el crecimiento. El empuje del jugador 'número 12' es una evidencia que reporta buenas energías y éstas tienen su traducción en puntos. Pero si existe el efecto, también se puede hablar del defecto del graderío. Esta situación se produce cuando la propia hinchada se convierte en un adversario más que un fiel aliado. El ' miedo escénico', que diría Jorge Valdano, pero no para el equipo visitante, sino para el local. El fenómeno acostumbra a pasar en equipos grandes, con vitola de candidatos al título o al ascenso, que mueven grandes presupuestos y donde ganar no es lo más importante si el triunfo no emociona y divierte. Así las cosas, soy de los que piensa que la ausencia de sus seguidores ha beneficiado a los de José Gómes, por cruel que pueda parecer. Les ha dado templanza y ha desprovisto de un ambiente cargado de presión y de no pocas pitadas. El fútbol es ciclotímico por naturaleza. El mismo seguidor que silba se rompe las manos semanas después aplaudiendo al objeto de sus críticas. Los del morro fino, de paladares selectos y exclusivos, los del 5 Jotas Premiun, pueden suscribir estas líneas.

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