Mientras en Vallecas celebran estos días un más que sorprendente ascenso, en Almería nos hemos tenido que resignar a seguir ligados al fútbol mediante los movimientos que el club está llevando a cabo a modo de ventas, fichajes y rumores. Con Corpas ya en Eibar, la alegría entre los aficionados rojiblancos ha llegado con la incorporación de Óscar Fernández. Aquel técnico al que Turki Al-Sheikh fulminó sin debutar regresa ahora, también de la mano de la actual propiedad, que parece decidida a enmendar su error, aunque sea haciéndole un hueco en el filial.

Esta noticia ha despertado cierta euforia entre la hinchada, imagino que más por el plano personal -las feas formas que se tuvieron en su día con el técnico- que por el profesional -pocos lo han visto entrenar-, pero lo cierto es que, donde de verdad genera un halo de esperanza, es en un filial con el que pocos se sienten identificados. El Almería B dejó hace tiempo de ser un ente formador de jugadores para pasar a ser una especie de anexo en el que colocar a futbolistas que, por el alto número de fichas o por el límite salarial, no cabían en el primer equipo. Ramazani o Appiah han sido muestra de ello, pero también Barbero o Pedro Mendes. Todos tuvieron dorsal de filial, pero llegaron para jugar en Segunda División.

Al margen de estos ejemplos, son varios los fichajes de dudosa procedencia que han llegado al B. Jugadores aleatorios que parecen ser más capricho del representante de turno que deseo deportivo del club. Y, por último, ya sí, están esos futbolistas almerienses que llegan desde abajo o esos que la entidad ficha con el afán de hacer crecer. Solo hay una pega, y es que el abarrotado primer equipo, su exigencia y la impaciencia les impide encontrar hueco. Todos acaban cedidos antes de caer en el olvido. Si la llegada de Óscar Fernández sirve para que el filial vuelva a ser un filial, bienvenida sea. Lo demás, será seguir teniendo un equipo B ajeno al A. Y eso sirve de poco.