Entramos en lo insondable. Es difícil digerir en pocas horas el cambio radical que se cierne sobre los cimientos de la UD Almería. El club, construido por Alfonso García durante los últimos 16 años alrededor de un ambiente familiar, se dispone a dar un vertiginoso salto hacia una estructura mucho más jerarquizada y ampulosa. El discurso del 'hambre', preconizado durante el pasado verano y el actual como baluarte del modelo que Corona e Ibán Andrés estaban instaurando en la dirección deportiva para sortear la carestía inversora, basado en atraer jugadores sin pasado pero con mucho futuro, va a cambiar drásticamente hacia la opulencia de fichajes de relumbrón que por sí no garantizan el rendimiento. Todos los comienzos son difíciles y en Segunda más, si cabe. Ya le ocurrió al propio Alfonso García cuando le compró el club a Guillermo Blanes. Le costó amoldarse al traje y dio bandazos coqueteando incluso con el descenso hasta que logró asentar una gestión luego exitosa. En su haber quedan los históricos ascensos de 2007 y 2013. En el deje un último lustro de desgaste y cierta desidia, unida a la desazón personal del ya expresidente por lo que consideraba la falta de respaldo del tejido empresarial y la sociedad almeriense. Turki Al-Sheikh llega con los aires de grandeza del billonario que es. El club crecerá en función de su ambición personal. Si su límite es llegar a la Liga de Campeones, como hiciera Al-Thani en su etapa inicial al frente del Málaga, no me cabe duda alguna de que lo conseguirá. El temor de no pocos aficionados es que el 'capricho' sea flor de un día y la alegría inversora decaiga pronto si no va acompañada de gestos institucionales para especular en otros ámbitos. Los ecos que llegan de su gestión en el Pyramids egipcio no son muy halagüeños, pero pudo ser el experimento necesario para dar el salto europeo. En cualquier caso as-salamu aláikum, míster Al-Sheikh.

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