Todo comienzo tiene su final. Todos los libros, como las historias, tienen un último capítulo. Nada es eterno, el para siempre no existe. Un principio presente en cualquier ámbito de la vida. Este pasado martes Iker Casillas anunciaba su despedida de los terrenos de juego. La retirada, ese momento que ningún jugador quiere que llegue, pero algún día tiene que suceder. Una noticia esperada después de que sufriera un infarto hace más de un año. Aunque no por esperada menos dolorosa. Un anuncio que llega tras una temporada en blanco del arquero a causa de sus problemas cardiacos. La retirada de un portero que ha marcado época. El para muchos, entre los que uno se incluye, mejor guardameta español de todos los tiempos. Un meta que quedará en los anales del fútbol mundial. Uno de los artífices de la mayor gesta del balompié de este país con esa triple corona. Lo impensable hace no tantos años. El adiós a una leyenda, pero no el adiós soñado. La retirada de uno más de los héroes que lograron el único Mundial con el que cuenta la selección nacional. Después de Xavi Hernández, Fernando Torres o David Villa, entre otros, ahora le ha llegado el turno al mostoleño. Imposible borrar de la retina la imagen del madrileño levantando la Copa del Mundo. El trofeo soñado y tan ansiado por cualquier futbolista. Si fundamental fue el papel de Iniesta con su gol en aquella final ante Holanda no fue menos el de Iker. Nadie puede saber qué hubiera sucedido sin ese pie salvador ante Robben. O sin esa pena máxima detenida al paraguayo Cardozo en cuartos de final. Miles de momentos que han marcado la carrera de uno de los iconos del fútbol español. Se retira una leyenda. Se despide un mito.

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