A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Almería y los almerienses

Debemos apoyar cualquier muestra de energía en el campo empresarial, artístico o profesional

Durante un tiempo, en esta sección, hemos trasladado diversos temas a los lectores, cuya paciencia lógicamente agradecemos. Hemos recomendado libros, hemos señalado que en la educación siguen las rutinas sin que en las universidades se produzca una verdadera reforma para mejorar la formación práctica y teórica de los futuros profesores. Y hemos insistido en el penoso aislamiento de la provincia.

De estos problemas las responsabilidades mayores recaen en los políticos. Son ellos los que pueden aplicar las soluciones y los que -no todos- dejan con frecuencia de hacerlo. Pero también somos responsables los ciudadanos por aceptar mansamente esa situación y por no exigir un mayor compromiso.

Para nosotros la resignación o el desinterés son quizás el mayor problema, el de más difícil solución. Quienes viven en Sevilla, en Málaga, en Cádiz o en Córdoba jalean sin descanso sus ciudades y vigilan para que estas no decaigan. En Granada la ciudad entera salió a la calle para defender un mejor sistema sanitario. Con frecuencia, celebramos que la gente de fuera llega, reniega un poco al principio hasta que, poco después, se acomoda encantada al ritmo de la ciudad. Es cierto que no faltan razones para vivir aquí y que nos encanta recibirlos. Sin embargo, a nosotros nos desespera pensar que ellos caigan también en la rutina en vez de aportarnos algo de nervio, de empuje. Pero ¿cómo invertir una tendencia de siglos si recordamos, por ejemplo, que ya a mediados del XIX el mal estado de las carreteras y el aislamiento de Almería sorprendía a personas como Pedro Antonio de Alarcón o Echegaray? Está claro que debemos apoyar cualquier brote de energía en el campo empresarial, artístico o profesional y aplaudirlo, sin caer en el aldeanismo, por si sirve de estímulo para otros. Y es necesario también criticar en cualquier espacio y ocasión esa actitud que nos lleva a esperar que las cosas se resuelvan por sí solas, en Madrid o en Sevilla.

No podemos considerarnos afortunados solo por tener tantas horas de sol y un cielo azul. No es un mérito nuestro. La ciudad no acaba donde termina la playa. Para nosotros es ahí justo donde empieza: no la define la naturaleza, sino el buen hacer de las personas que viven en ella y pelean para convertirla en un sitio mejor. Y con frecuencia, dicho sea con el mayor afecto, no estamos a la altura del entorno que disfrutamos.

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