De Reojo

José maría requena company

Asonadas civiles

Al cabo todas las algaradas, revueltas o escraches se nutren del mismo talante emocional

Hay profusión de calificaciones para ilustrar la invasión del Congreso de EEUU, el pasado 6 de enero, por una horda del lumpen lugareño, enardecida entre soflamas reivindicativas de la ilusoria victoria de Trump en las elecciones presidenciales, con el ánimo de evitar la proclamación de J. Biden como vencedor. Se le ha llamado al evento sublevación, alzamiento, insurrección, golpe de Estado o sedición, y un poco tiene de todo, porque es evidente que no se trató de un incidente casual: ni por la concentración masiva, ni por las pancartas y vestimentas aguerridas, acordes al propósito de asaltar el Capitolio y paralizar la sesión, que abonan la certeza de hallarnos ante un acto criminal para impedir la proclamación obligada. Aunque a mi gusto la etiqueta que mejor le cuadra al desaguisado, sería la de asonada civil. Porque el sustantivo "asonada" no carece de peso histórico, además de que metaforiza gráficamente (asonar) el hecho estético de "unir unos sonidos con otros", en una suerte de algarabía "tumultuaria y agresiva para forzar cambios" vociferados por la chusma al pretender escenificar el designio de frustrar una previsión legal concreta, aunque sin alcanzar, ni por los medios ni aun por los fines, el nivel de atentado contra todo el sistema. Se trataba, en fin, de una manada de civiles menguados por la ineptitud organizativa y el armamento casero (el de allí), lo que diluye, aunque no elimine, desde luego, el carácter intimidador ni la violencia ocasional que acarrean las protestas masivas. Al respecto y por lo mismo que los esquimales tienen decenas de voces para los distintos matices del blanco, los códigos coloquiales caribeños describen las asonadas con mayor precisión que los del primer mundo, como conspiraciones populares propias, que no exclusivas, de aquel entorno vehemente del que no andamos, ay, tan lejos. Porque al cabo, llámela como quiera, todas las algaradas, revueltas o escraches se nutren del mismo talante emocional que embriaga al torbellino grupal enardecido cuando, a través de enarbolar pancartas, sables o tanques, quiere imponer sus propios y subjetivos criterios ideológicos al conjunto de la sociedad. Mientras, también en todas ellas, asoma rezagado tras el estrépito, el flequillo del líder populista incapaz de asumir su derrota democrática, incitando a sus prosélitos a convertirse en "presos políticos". A veces se llaman Trump, otras Puigdemont…

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