Mirando fotos antiguas, encontró muchas en las que era un niño TRES ERRES: rubio, robusto y rebelde. Así se definiría él, si alguien le preguntase sobre su infancia. Esa imagen de sí mismo, respondía al puzle que había conseguido armar entre sus propios recuerdos y las anécdotas que le contaban, ya que sus recuerdos se iban sumergiendo en la bruma conforme se retrotraía en el tiempo, hasta desaparecer completamente cuando debía de contar unos dos años. Ahora, superados los veinte, nada tenía que ver con aquel niño de las fotos que tenía entre sus manos. Moreno, con una barba de un tono cobrizo, alto y delgado, ni tan siquiera se encontraba parecido, aunque pocas cosas habían cambiado en su interior. Viéndose rodeado de amigos y familiares, en una foto que bien debía ser de una boda, sintió como un aguijonazo en el pecho, al recordar el rechazo que sentía en su piel, cuando se la acercaban como osos amorosos, consiguiendo abrazarle y besarle las mejillas, a pesar de su impulso de salir huyendo, y su evidente disgusto. Ahora le entraba la risa, de pensar en las caras que ponían los osados “abrazadores compulsivos”, cuando él se frotaba la cara con violencia, utilizando su propio brazo para quitarse el sudor o la saliva que se le había quedado impresa en la piel, o al menos eso era lo que sentía. No entendía por qué los niños inspiraban en los adultos esos arrebatos de cariño, y aunque sufría una riña por ser tan arisco, él no cejó nunca en su empeño por borrar de su cuerpo toda huella de sudor ajeno. Ahora, le asombraba escuchar a alguien decir que esa era una intromisión intolerable en la intimidad de los menores, aunque lo asombroso era que nadie se hubiese dado cuenta antes de que eran besos y abrazos robados, y no deseados por los niños. Sabía que faltaban muchos años para que él llegara a ser padre, no tenía terminados sus estudios superiores y contar con la estabilidad necesaria para tomar esa decisión estaba tan lejos, que le parecía una meta inalcanzable, pero una cosa sí que tenía clara: a sus hij@s no los abrazaría nadie sin su consentimiento, nadie debería tener que soportar el contacto físico con una persona, en contra de su voluntad y encima ser sancionado por su rechazo. Volvió a mirar su foto preferida: aquel niño de las TRES ERRES: rubio, robusto y rebelde sonriendo a su padre, que lo miraba arrobado, apretándolo contra su pecho, y casi sintió el roce de su piel, se emocionó pensando en que esas eran las únicas caricias que él habría deseado.

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