Metafóricamente hablando

Días de lluvia y abejas

La llama tintineante de una vela sobre la repisa le hacía un guiño de connivencia

Escuchaba el sonido acompasado de la lluvia al caer sobre la tierra húmeda, mezclado con el crepitar del fuego en la chimenea. Al sentir las gotas de agua deslizándose por su rostro, por un instante infinito volvía a su infancia chapoteando en los charcos con sus katiuskas nuevas. El calor intenso que desprendían las llamas le enardecía las mejillas, sonrojándolas como manzanas maduras, y disfrutaba como una niña cuando las vía elevarse en busca de ese cielo encapotado que se diluía sobre la tierra y amenazaba con caer sobre sus cabezas como un plomo. La llama tintineante de una vela sobre la repisa le hacía un guiño de connivencia. El aroma a hogar de antaño, el azahar exuberante como una promesa, junto a las hojas relucientes, recién lavadas por el agua derramada sobre ellas, completaba una estampa inolvidable. Se escuchaba el canto de los pájaros, que aprovechaban cualquier resquicio donde guarecerse y llamar a sus parejas, que enardecidas, revoloteaban entre las ramas de los árboles, buscando briznas para el nido que habría de albergar a su prole, como una promesa. Esos escasos días de lluvia primaveral, eran de tal calidad emocional, que bastaba uno solo en todo un año para hacerla sentir viva, para sentir que todo aquello que albergaba en los pliegues de su memoria no eran sueños vanos, sino verdad verdadera. Olía tan dulce, que podía paladear el almíbar que libaban las abejas que volaban de flor en flor en torno suyo, nunca la miel le supo más dulce, ni el paisaje más evocador. Pero, como todo anverso tiene su reverso, también el aire venía cargado de nostalgia, de ausencias, de tiempos pasados y perdidos en los anales de su historia, en aquellos momentos en los que la horas no tenían principio ni fin, cuando el espacio y el tiempo no ocupaban un lugar en el universo, solo en la percepción que de él tenían unos niños que no usaban más reloj que el del hambre y el cansancio. Y hoy, en ese momento infinito en el que se daban la mano la niña que fue y la mujer que era, se había producido la magia, uniéndolas a las dos en una sola.

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